Tres imágenes de Brookyn, Barcelona y Toledo
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ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Diario de un jubilado en Nueva York (24): El último recinto

El poeta, profesor y traductor toledano Hilario Barrero envía desde Nueva York, donde reside desde 1978, un nuevo texto

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La vida de uno se podría medir por los barrios en los que ha vivido. Del barrio de la infancia, en Santo Tomé, a uno le queda para siempre el sonido de las campaña de la iglesia y del convento de las monjas de San Antonio, los chillidos de las golondrinas enhebrando la aguja de la tarde, los renglones de luz en la persiana, rostros de vecinos, lugares, olores a café y a incienso, sabores a boquerones en vinagre y a mazapán, sombra y luz, lluvia en verano y las primeras hogueras del invierno.

Del barrio del amor, en Barcelona, uno guarda sonetos de sombra enamorada, esperas en la estación de la noche, la llegada de un tren que llevaba retraso, la sombra de Montjuïc en las espaldas, el tiempo de soledad devastadora, el saludo a Espriu, aquel siete de julio y el miedo diario a perderte.

En Brooklyn, el barrio es a veces un coto cerrado, un territorio donde uno conoce la espesura de la sombra y el nivel de la nieve, la mirada del perro del vecino y la sonrisa de la viejecita, el cartero y el saludo del portero que te avisa del tiempo. Un espacio con raíces acentuadas y sonidos que no significan lo que uno aprendió en su barrio de niño donde decía madre y hermano y era como decir amor, donde la lluvia era como decir verano, donde la vida era como decir felicidad.

Ahora, aquí, sólo nos queda tiempo para evocar lo perdido y celebrar lo vivido: aquellos fuegos que ardiendo no me quemaron, aquellas tormentas atronadoras no me mojaban y aquellos vecinos que me ayudaron a crecer y que ahora son sombras que me esperan donde crece el olvido. El último recinto.

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