José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XXII)

«Ved como nacen bienes de los males»

Que un estudiante en 1568, hubiese tomado las de Villadiego burlando a la Justicia después de herir gravemente a un hombre en lance de espada, en los mentideros de la Villa y Corte sería plato fuerte del cotilleo para muchos días

José Rosell Villasevil
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Que un estudiante en 1568, hubiese tomado las de Villadiego burlando a la Justicia después de herir gravemente a un hombre en lance de espada, en los mentideros de la Villa y Corte sería plato fuerte del cotilleo para muchos días.

Por otra parte, la familia quedaría rota y consternada, así como sus amigos muy tristes, entre ellos Alonso Getino y el maestro López de Hoyos. Pero cuando éste último sabe por don Rodrigo, su padre, que Miguel se halla vivo y sano en Roma, pensaría de inmediato con harta clarividencia: «Miguel se adelantó a la Complutense optando por la alta «Universidad de la Vida». No volverá rico, desde luego, mas sí brillantemente doctorado».

La emoción del joven poeta a la vista de Roma, debió ser inenarrable; así es que, al final de sus días, quiso rememorarlo en «El Persiles», cuando aquellas devotas personas venidas de los legendarios y oscuros mares del norte, desplazándose por tierra desde Lisboa, contemplan de rodillas, en un alto bosquecillo cercano, la impresionante Ciudad Eterna.

Y entre la mucha gente que venía, hay un peregrino anónimo que con los ojos anegados en lágrimas, así se expresa: «¡Oh grande, oh poderosa, oh sacrosanta/ alma ciudad de Roma! A ti me inclino,/ devoto y nuevo peregrino,/ a quien admira ver belleza tanta...!»

Durante su estancia como paje del cardenal Acquaviva, y con la anuencia evidente del joven prelado, ¡cuántas horas robaría al descanso en la bien nutrida biblioteca romana palaciega!

Allí se perdería en las páginas de Pietro Bembo, el poeta Camarlengo y ciceroniano; en las de «Il cortegiano» de Baltasar de Castiglione; en las de León Hebreo con los «Dialogi da amore»; con el divino Virgilio, guía sublime ultraterreno del Dante Alighieri, que llora desconsolado la ausencia de Beatrice; en las del gran Petrarca apasionado, y con las del irónico y resentido autor del «Corbacho».

Bebería con fruición las dulces aguas pastoriles del Renacimiento italiano, con Japoco Sanazaro, en su «Arcadia».

La influencia del autor del Decamerón, es tan cierta como mejor aprovechada y sublimada en el ingenio del Prímcipe de las LLetras.

Pero la culminación se la lleva Ariosto, a quien Cervantes no respeta las canas y se permite hurtarle el furibundo Orlando, para domesticarlo luego tiernamente, en el mágico océano telúrico manchego: «La Mancha es tierra de tierra/con noches de mar sin mar...» (¡qué bonito el poema de J. Pérez Grueso!)

De su Cátedra italiana son perlas sueltas de alto valor, «La Galatea», «La señora Cornelia», «La Española Inglesa», «Las dos doncellas», «El amante liberal», «La fuerza de la sangre», o «El Curioso impertinente» inserta en el «I Quijote».

Lo que pareció una catástrofe, fue el principio del ascenso de Miguel hacia esa gloria, a la que no se puede acceder si no es por tortuosos caminos sembrados de abrojos. Su estancia en Italia, fue decisiva; rn las Armas, necesaria; el cautiverio de Argel, un seguro de vida para «El Quijote». Fue caudal inspirador de buena parte de su Teatro.

1.La influencia de Italia latió para siempre en la pluma del alcalino pintor de la palabra. Pasaban ya 38 años de su salida de Nápoles en la galera Sol, cuando en Madrid publica el «Viaje del Parnaso», que comienza: «Un quíndam Caporal italiano...», parodiando el «Viaggio di Parnaso» que en 1582 publicara Cesare Caporali di Perugia; y dos años más adelante, en la II Parte del «El ingenioso caballero», c. LXVII, don Quijote visita una imprenta en Barcelona, donde se va a imprimir un libro traducido del toscano, Le Bagatele·. Y le dice al traductor: «Yo sé algún tanto del tocano, y me precio de cantar en el mismo, algunas estancias del Ariosto».

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