Manuel Marín

La gran coalición virtual

La segunda consecuencia de que se haya recuperado una cierta normalidad parlamentaria es el arrinconamiento de los partidos que fueron emergentes y ahora empiezan a mostrar un alarmante debilitamiento

Manuel Marín
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La primera consecuencia de que se haya recuperado una cierta normalidad parlamentaria tras un año de abrupta ruptura institucional y descrédito político es el surgimiento de una suerte de pacto de Estado invisible entre PP y PSOE, de una gran coalición virtual como mecanismo de autodefensa cómplice, para que el primero logre dotar de un mínimo de estabilidad económica al país, y el segundo gane tiempo para forjar un nuevo liderazgo.

Es evidente que el estado de necesidad en que se hallan PP y PSOE les empuja a retroalimentación parlamentaria de intereses recíprocos cuya segunda consecuencia es, a su vez, el arrinconamiento de los partidos que fueron emergentes y ahora empiezan a mostrar un alarmante debilitamiento.

Ciudadanos tiene objetivamente el peso parlamentario que tiene y lleva con irritación su papel de comparsa secundaria, de mero anexo decorativo.

Durante meses rentabilizó con éxito un guión ideado por Albert Rivera para ser la argamasa centrista, ecuánime y equilibrada que uniese a PP y PSOE en intereses comunes para la defensa de la democracia frente al chantaje secesionista y los excesos sectarios del populismo de extrema izquierda. Era la magia del estadista perfecto adornada con grandes dosis de empatía sociológica.

Hoy, unidos populares y socialistas por evidentes intereses mutuos, Ciudadanos ebulle entre pataletas indignadas porque el foco no les ilumina como antes. Reclaman el protagonismo de la estrella venida a menos incapaz de asumir papeles de reparto con menos palabrería en su guión. Necesariamente, deberá contar para la aprobación de los Presupuestos, pero ha orbitado a la deriva en la negociación de la reforma de la Lomce o el techo de gasto. Rivera no está cómodo.

A su vez, Unidos Podemos ni siquiera parece querer participar de la lógica parlamentaria. Su apatía rechina. Empiezan a hacer novillos en las comisiones del Congreso, les aburre la técnica legislativa porque el grisáceo universo jurídico que envuelve a las leyes no cabe en un tuit, y sortean los plenos alimentando redes sociales enganchados a su teléfono móvil dando falsas lecciones de moralidad al mundo.

Les adormece ejercer la oposición cuando no hay cámaras o debates de campanillas para convertir la tribuna en un lodazal de gestos sobreactuados. Su concepción de la actividad política como un espectáculo circense aferrado a cada escaño tiene un límite, y ni siquiera amagan con disimular con humildad su escandaloso desconocimiento del funcionamiento del Parlamento. Unidos Podemos está en un proceso de exclusión voluntario y de agotamiento táctico.

La incipiente formulación de una futura reforma constitucional entre PP y PSOE también ha desorientado a los emergentes. El bipartidismo conoce los recovecos del Congreso mucho mejor, y aunque nadie hable aún de ello, Rivera e Iglesias sospechan que una reforma de la ley electoral pactada entre Rajoy y la gestora socialista termine por diluirlos en el futuro en una ristra de escaños testimoniales.

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