La democracia y las urnas libres volvieron a Cataluña por Navidad

Ayer aún se contaban leyendas negras sobre las cargas de los antidisturbios el 1-O

Votación este jueves en un colegio electoral en Barcelona JAIME GARCÍA
Mayte Alcaraz

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El 21-D tiene tantas singularidades que, por si algo le faltara, es un día que despierta en otoño y se acuesta en invierno. Como si el calendario también hubiera querido repartirse entre dos bloques, entre dos sensibilidades, entre las dos Cataluñas bipolares que se la juegan en cada colegio electoral en una suerte de ruleta rusa. En la zona cero del independentismo en Barcelona hacen fila, votan, hacen fila, votan... Y hacen fila y votan, curiosamente, porque el artículo 155 de la Constitución , al que muchos han convertido en el contenedor de su odio, lo ha permitido. Es más, ese artículo les ha convocado en este colegio Ramón Llull, en plena Diagonal, en libertad y con garantías. Las urnas volvieron a casa por Navidad. Así lo celebran dos hermanas, María y Rosé, que en voz baja confiesan estar hartas de tanta tensión y de no poder decir a sus vecinos lo que piensan. Así no se puede seguir, dicen ellas, y España entera.

Nada especial lo de votar con garantías si no fuera por la mácula del pasado 1 de octubre, en el que el separatismo convocó a unas urnas ilegales plagadas de trampas y pucherazos. En el Llull todavía se cuentan leyendas negras sobre antidisturbios y cargas el 1-O. Ni una palabra de los paraguas y vallas que los amigos de la CUP arrojaron a los policías que requisaron las urnas ilegales. Pau, joven, seria, más bien enfadada, contesta con desgana: «Espero que nos dejen votar en libertad». Lo espeta a la cara de una apoderada de ERC, menuda y parlanchina, que responde a las preguntas de un corresponsal italiano, que le pregunta: «¿Pero creéis que hay presos políticos en España?». La respuesta de la afiliada republicana es un sí rotundo, que es abucheado por un grupo de jubilados que entretienen a la prole de sus hijos en los columpios de la entrada. «Ni presos ni presas», rezonga un beneficiario de la Seguridad Social.

Barcelona despide el otoño más gris de su historia votando. Después de botar a cientos de empresas , al 11% del comercio y la tranquilidad de una región próspera a la que envidiaba el poblachón manchego -en palabras de Cela- lleno de subsecretarios que era el Madrid del tardofranquismo. Es hora de churros y café calentito en los alrededores del Institut Salvador Espriu, en plena plaza de les Glòries Catalanes. Pocos lazos amarillos y mucha cara de sueño. Tomeu, un corredor de Bolsa, ha decidido votar de mañana, «aunque mis compañeros -aclara- se van a tomar las cuatro horas preceptivas al final del día para gestionarlas como quieran». Quizá por eso los datos de participación del mediodía son escasos: la gente ha decidido usar la tarde para votar y, después, tomarse alguna cerveza prenavideña.

Proselitismo de la CUP

Los taxis de la Ciudad Condal hablan de lo que se cuece en las calles. Un conductor demuestra que nunca llueve a gusto de todos, y sobre todo si lo que llueve son votos. «Es que hoy, con los niños sin colegio, es como un día de fiesta así que los servicios escasean. Mire, mire, la gente solo pasea y no toma ni un solo taxi...». Es el Paseo de Gracia y los comercios abren como si fuera laborable. La gente pasea, como adelantaba el taxista de padres extremeños, pero las tiendas de lujo parecen haber colgado el cartel de «cerrado por festivo». Pocas celebran la entrada de algún cliente a primera hora del día. Los encargados se quejan del mordisco del «procés» pero acaban de abrir la puerta y tres jóvenes chinas preguntan por el precio de un bolso de cuatro cifras. Fin de la entrevista.

A la hora del almuerzo el barrio de Gracia está a rebosar. En la Escola Reina Violant hay colas para robarle horas al mediodía y no consumir completamente el permiso de la oficina. Es una escuela de educación infantil que luce unos murales naif que quizá tengan más estrellas que las ya numerosas que pueblan la imaginación de un menor. Pero, si son esteladas, están bien camufladas en la fantasía navideña. Menos margen de confianza merecen los apoderados de la CUP que hacen proselitismo en las aulas, con una mirada amenazante a quienes no conocen o sospechan que no reúnen los atributos del buen separatista. Y a ese lo ven a la legua. Esas desconfiadas miradas son reincidentes en cada colegio electoral. Este sí, este no...

En un café de la calle Trilla, la TV3 cuenta a su manera, las votaciones de los líderes. Tan a su manera, que en los primeros boletines solo parecen haber pasado por las urnas los políticos del golpe de Estado. Turull, Forcadell, Gabriel... En las mesas donde ya se degusta una escalivada se preguntan por las bridas para precintar las urnas, por el recuento... Excepcionales conversaciones en un día excepcional que desde la televisión catalana se cuenta solo para la mitad o menos de la mitad de Cataluña. Por fin, aunque solo de paso, el plasma del bar emite imágenes de Inés Arrimadas, Miquel Iceta y Xavier García Albiol votando a primera hora, tras hacer cola en sus colegios. Nada nuevo en TV3. Con la noticia de que la participación se dispara cinco puntos a las seis de la tarde, los camareros de una trattoria siguen con interés los avances de TVE. «A ver si nos animamos y empezamos a enderezar esto», clama un industrial de Vic, empadronado en Barcelona, muy esperanzado en que la jornada electoral sea el comienzo del fin de la pesadilla que comenzó con el referéndum ilegal. Joan cree, no obstante, que no hay que fiarse puesto que « en 2015 también se votó mucho en los feudos constitucionalistas y, aunque a duras penas, terminaron ganando ellos y mire lo que ocurrió».

Escasearon los justificantes

En el Reina Violant nadie se olvida de reclamar su justificante de que ha votado para enseñárselo al jefe y poder cobrar las cuatro horas que le han dado. Tanto que empiezan a escasear los documentos y en las mesas se preguntan quién es el encargado de surtirles del preciado papel. Un grupo de chicas japonesas observan curiosas las ventanas que lucen doble bandera, la española y la señera, y que sirven de recuerdo de una fractura en la piel y en el corazón de los catalanes a la que desde ahora hay que poner fin.

Cuando comencé esta crónica era otoño declinante, seco y soleado. Las colas delante de los colegios tenían demasiadas corbatas y pocos tejanos, mucho bolso de piel y poca bandolera de tela, como muestra del día de labor en que se han celebrado unos comicios insólitos, convocados por el Gobierno de España para restituir la legalidad burlada por los dirigentes catalanes. Ahora, al final del día, en pleno invierno barcelonés que aspira a llevar a Cataluña y a toda España a la primavera política, tibia como el Mediterráneo que baña la ciudad, las urnas bostezan ya esperando el recuento final.

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