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Cataluña quiere una piruleta

Cataluña no es independentista porque Cataluña odia la guerra. Cataluña está tontorrona. Cataluña quiere una piruleta

Precampaña en Cataluña
Precampaña en Cataluña - efe

Hay en mi país algunos independentistas auténticos, que comprenden lo que romper un Estado como España conlleva, y aunque preferirían no morir en el intento, están dispuestos a ello. Pero los catalanes somos en nuestra inmensa mayoría gente que en verano va a la playa y que esquía en invierno. Somos gente que empatamos con la vida, débiles y católicos, sentimentales y mediterráneos. Gente de cachemir fácil que le llamamos frío a los 15 grados.

En mi país es verdadera devoción lo que sentimos por los brindis al sol, por las festivas demostraciones callejeras, por esa contundencia sin base que anima las sobremesas y que caduca cuando alguien pide la cuenta.

Nos hemos acostumbrado a vivir muy bien y a practicar la épica de la derrota, que es la más cómoda. De un tiempo a esta parte lo hemos tenido casi todo gratis. Los catalanes hace décadas que ni morimos ni matamos para defender nada, y estamos tan persuadidos de que todo nos corresponde por divino derecho, y hemos convertido de un modo tal la queja en nuestra estética, que Barcelona, la ciudad más amable y deseada, la ciudad más brillante y abierta al mundo, ha cometido el atraso de elegir a Ada Colau como alcaldesa y de poner en riesgo su prosperidad y el interés de sus visitantes. Es el tipo de dejadez que precede a la caída de los imperios. Y más aún cuando para la épica despreciamos la gesta, y ser mediocres nos basta y con cualquier agravio nos sentimos héroes.

Todo el mundo sabe que las independencias se ganan con pactos o con guerras y un Mas inconsistente juega a desafiar al Estado como una niña que en su adolescencia granulada amenaza con marcharse de casa con una amiga dudosa que tiene un bar en Tánger. Cataluña no quiere la independencia. Cataluña quiere que le compren una piruleta. Y Mas cree que con su presión secesionista forzará una negociación ventajosa con España. Rajoy le vacila no cediendo, no negociando, no ofreciendo nada, y así el president, empujado por ERC, por su partido calcinado por la corrupción y por su orgullo mal digerido de contable rebotado, se ve obligado a dar pasos que no quiere y cada vez que se aproxima al abismo se dribla a sí mismo para evitar el conflicto.

Rajoy ha dicho que no va a comprar más piruletas y Cataluña se ha encerrado en su cuarto. A Rajoy padre no le importa que la niña llore hasta que entienda quién manda. Pedro Sánchez se ha puesto federalista, blandengue como una madre.

Lo pedagógico sería que Mas llevara su desafío hasta las últimas consecuencias, porque every once in a while el catalanismo político necesita que le recuerden qué es un Estado; tal como si la niña se bajara unos días a Tánger aprendería cómo se ganan la vida las niñas de su edad que llevan bolsos caros.

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