OPINIÓN

Hilario Barrero, un poeta bolo y neoyorquino

«Su obra constituye no solo un referente en el ámbito de la poesía sino de la difusión de la lengua y la literatura españolas»

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Por segundo año consecutivo la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo concede su premio de Literatura a un poeta toledano, esta vez a Hilario Barrero. Será el próximo 14 de junio cuando se le haga entrega de este galardón en la sede de esta conocida institución toledana.

La primera vez que oí hablar de Hilario Barrero fue a Juan Antonio Villacañas. Con Villacañas yo coincidía los fines de semana a la hora de comprar la prensa en el Centro Comercial de Buenavista y solíamos tomar café. Recuerdo que por entonces Villacañas andaba muy obsesionado con el tema de los plagios y con el silencio doloroso que se cernía sobre su obra en los círculos literarios. Barrero y Villacañas eran amigos desde 1965 (¡yo aún no había nacido!).

Se conocieron en el Café Español cuando Barrero tenía 17 años. De la mano de Villacañas participaría en algunos recitales poéticos por la provincia y lograría publicar en algunas revistas. El reconocimiento que le tributa la Real Academia supone confirmar esa semilla que regó y apreció Villacañas y que se ha convertido en la actualidad en una obra que constituye no sólo un referente en el ámbito de la poesía, sino de la difusión de la lengua y la literatura españolas.

Después de una estancia en Barcelona (donde conoció al amor de su vida), Barrero terminó en Nueva York, donde se doctoró con una tesis sobre Félix Urabayen. Allí es catedrático titular en una de las universidades con las que cuenta Nueva York, en concreto en la Universidad Pública de la Ciudad de Nueva York. Vive en esta ciudad que es una ciudad dentro de mil ciudades, que despertó la admiración y la inspiración de Lorca, José Hierro y Antonio Hernández. Aquí ha sido sherpa o cicerone de muchos escritores que han pasado por la Gran Manzana, labor que realizó igualmente nuestro genial poeta tomellosero Dionisio Cañas, afincado desde hace años en su pueblo natal.

Hilario Barrero es un escritor polifacético, que no se ciñe a una sola faceta cultural. Es un profesor de lengua y literatura españolas muy querido por sus estudiantes. Ha traducido al castellano importantes poetas estadounidenses como Robert Frost, Ted Kooser, Donald Hall y su mujer, Jane Kenyon, así como a prosistas como Henry James. Realiza crítica en diferentes revistas literarias y cuelga sus textos y reflexiones en un blog digital. Es un magnífico memorialista. Digo esto porque ha publicado hasta ahora seis diarios, donde cuenta sin tapujos su día a día, su historia de amor, el discurrir de la vida cotidiana donde pone de relieve algunas de sus grandes pasiones como la fotografía, los viajes, el teatro y la música clásica (en especial la ópera). Sus diarios reflejan esos instantes en los que el autor lucha por agarrar con las manos algunos fragmentos de felicidad, en la que tienen mucho que ver también los amigos. Esa felicidad está relacionada con la belleza. A mí me gustan especialmente las descripciones que hace de las personas con las que se encuentra en los vagones del metro de Nueva York. Tampoco hay que olvidar su faceta de dibujante. Hace unos dibujos con un toque surrealista, con mucho colorido. Precisamente en 2013 expuso sus dibujos en la Biblioteca de Castilla-La Mancha con el título de «Cartones de cajas con zapatos de muerte».

Barrero es un toledano del barrio de Santo Tomé, donde nació. Fue monaguillo en la iglesia de santo Tomé y del convento de San Antonio. En sus diarios afirma que siempre será un bolo de Santo Tomé y denuncia (lo hacía en 2008 pero desgraciadamente tiene mucha actualidad) que esta calle se ha convertido «en un mercado de cerámicas baratas, damasquinados para turistas, camisetas ramplonas y mazapanes duros». En su vida Barrero concilia muy bien el hombre-árbol, es decir, el respeto a las raíces, y el hombre-ángel, es decir, el cosmopolita que se abre a otros idiomas, a otras costumbres y que se libera de los prejuicios y de la cortedad de miras de pensar que lo autóctono siempre es lo mejor. También sostiene que «mi casa es donde está el amor». Es decir, el hogar se encuentra, por decirlo con un título de un conocido libro de Susanna Tamaro, allí donde el corazón te lleva.

Su poesía está contenida en cinco libros: Siete sonetos, In tempore belli (premio Gastón Baquero), Agua y humo, Libro de familia y Tinta china. En este último aparecen dibujos suyos y es una colección de haikus, esas estrofas de tres versos donde se quiere decir mucho con lo poco. Son como relámpagos o como radiografías que pretenden revelarnos algún aspecto sorprendente o que suele pasar desapercibido de la realidad. Por ejemplo este: «¿Qué sentirá/la nieve al verse fruta/sobre la rama?».

¿Cómo es la poesía de Barrero? Pues se caracteriza por la claridad, por el compromiso con la verdad, por reflejar la belleza y la dureza de la cotidianidad. En relación con su temática creo que podría resumirla con unos conocidos versos de Miguel Hernández: «Con tres heridas yo:/la de la vida,/la de la muerte,/la del amor». En efecto, hay un elogio de la vida, de la belleza, del disfrute de la libertad sin tapujos, del arrebato adolescente por gozar del límite y del exceso, en un tono que me recuerda a Cernuda y a Gil de Biedma. Aquí el amor y la exaltación del sexo (a él le gusta referirse a la fundición en la persona amada) es una especie de tabla de salvación o un ingrediente básico de la redención. Esto me trae a la memoria un verso de Claudio Rodríguez que suscribiría Barrero: «Largo se le hace el día a quien no ama».

Pero al mismo tiempo la muerte está presente en las personas que ya se han ido, en los miedos, en los golpazos que nos propicia la enfermedad, en ese tempus fugit de reconocer que el tiempo pasa y ya no somos los mismos. Aquí podríamos citar unos versos de Cernuda: «Todo lo que es hermoso tiene su instante y pasa./Importa como eterno gozar de nuestro instante». Encuentro en su poesía una búsqueda rabiosa por disfrutar de la vida y al mismo tiempo una resignación estoica, pues sabemos que la fiesta se termina, se acaba el whisky, se van los músicos, hay que apagar la luz y ya queda recoger los restos de la fiesta y su recuerdo vivo, palpitante, al menos mientras el alzheimer no siembre su gangrena en la memoria. No se puede entender la vida sin la muerte y por eso conviene asumir con naturalidad este binomio inseparable, al que hay que acostumbrarse.

Sin duda, Barrero es un poeta que ha hecho mucho por la literatura y las artes en general y que ha llevado el nombre de Toledo allí por donde ha ido, pues está dentro de su corazón. Tiene más que méritos suficientes para ser acreedor de esta distinción que le otorga la Real Academia toledana. Esto le obliga a reconocer que es un poco profeta en su tierra. Una tierra de la que se marchó hace mucho tiempo porque le resultaba asfixiante o claustrofóbica, y a la que, sin embargo, necesita volver. Y en la que le esperan sus amigos con los brazos siempre abiertos.

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