Ramón Pérez Montero

Zombi

Debemos ver el comportamiento de las galaxias como el de complejos organismos que luchan por sobrevivir alimentándose del medio

Ramón Pérez Montero
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A diario los ojos nos engañan. Nos ofrecen el disco rojo del sol poniente como real cuando nos es ya sino el rescoldo fantasmal de nuestra estrella sobre la pantalla cinematográfica de las capas atmosféricas. Acabo de leer que este mismo suceso zombi podía estar ocurriendo con todo el conjunto de nuestra galaxia. La imagen de ésta que captamos a través de los ojos ávidos de los telescopios es la de un organismo cósmico en plena actividad cuando, debido al tiempo que la luz tarda en recorrer su camino, quizás se encuentre en realidad en estado irremediablemente moribundo.

Debemos ver el comportamiento de las galaxias como el de complejos organismos que luchan por sobrevivir alimentándose del medio. Como todo ser vivo.

Se nutren estos monstruos del gas y del polvo intergaláctico en un largo proceso digestivo que da nacimiento a las estrellas, semillas ardientes de cuyo interior, con el paso del tiempo, acabamos saliendo incluso nosotros. Según los autores del estudio, la forma espiral y el color azul de las galaxias, rasgos que observamos en nuestra Vía Láctea, son claras señales de juventud. Cuando están próximas a su muerte, presentan, en cambio una tonalidad rojiza y la forma fatigada de la elíptica.

El rostro juvenil de nuestra galaxia que observamos ahora sería, por tanto, la imagen espectral de un viejo organismo muy cercano a su extinción. La mayoría de los puntos luminosos que contemplamos al mirar al cielo nocturno en realidad no son sino las huellas del antiguo esplendor de estrellas que ya no existen. Nosotros y nuestra condena a tejer la realidad con los hilos de la fantasía. Creemos vivir en el pleno fulgor de una hoguera cuando en verdad lo hacemos entre los últimos rescoldos de una galaxia calcinada.

Este fenómeno me hace pensar que el mismo proceso de falsa percepción, motivado por el desfase temporal, lo vivimos, y lo seguimos sufriendo aún en nuestras carnes, con el estallido de la crisis económica. Disfrutamos durante muchos años amparados en el mismo espejismo de la refracción de la luz, creyendo ser hijos de un tiempo de abundancia cuando éramos ya víctimas, sin sospecharlo, de ese incendio provocado en el que estábamos muy próximos a perecer entre sus propias cenizas.

La actitud más cauta, por tanto, consiste en recelar de todo brillo rutilante y entenderlo no como la manifestación de máximo esplendor del objeto o de la persona que lo emite (el deportista devorador de registros, el político que se atrae a las masas, el comunicador líder de audiencia) sino como signo de su decadencia.

Tal vez a nosotros, los seres humanos, por el hecho de ser, hasta donde conocemos, los productos más elaborados de una galaxia agonizante, no se nos permita escapar a este destino trágico que consiste en no disfrutar sino de sus últimos destellos. Nuestra galaxia tuvo que emplear todo su vigor juvenil, durante miles de millones de años, en la creación de estrellas fabulosas, de cuyos restos calcinados surgieron nuevos soles y planetas, y también las sustancias que dieron origen, con la colaboración del azar, al milagro de la vida. Ese milagro del que nosotros mismos formamos parte y que se vio engrandecido cuando, quizás también por casualidad, emergió en nosotros esta conciencia que nos permite vislumbrar el corazón de lo real. Por más que esto que entendemos por real no sea sino la imagen espectral que, lo mismo que las galaxias o los soles moribundos, proyectan nuestros sueños.

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