Francisco Apaolaza - OPINIÓN

El niño Bescansa

Así visto en el escaño del Congreso de los Diputados, el pequeño lactante Bescansa es una alegoría perfecta del país

Francisco Apaolaza
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Así visto en el escaño del Congreso de los Diputados, el pequeño lactante Bescansa es una alegoría perfecta del país. España chupando de la teta del Estado. Hay imágenes que tienen un magnetismo terrible y nos arrastran a la locura. Esa fue una de ellas. Dar el pecho siempre me resultó una imagen bella, dulce, inocente y calurosa, y no sé porqué se tendrían que privar de ella las señoras madres diputadas. De todas las imágenes del día, entre Rajoy asustado ante las rastas de un tipo que emulaba a Bob Marley, la de Pablo Iglesias volviéndose hacia su tribuna como si celebrara un gol, todos esos juramentos leídos en papelillos impostados y de Gómez de la Serna agazapado en la última fila, entre todo ese numerito me quedo con la escena pastoril de la Bescansa, sus senos y el bebé.

Siempre me resultaron enfermizas las miradas de recelo ante la aparición de la teta alimentaria, pues de la teta venimos todos. Es el calor, la herencia y el cariño; la teta es la vida. Yo creo que las mujeres deberían sacarlas más para alimentar, y en eso coincido con la OMS, y menos para herir, como los agrestes y picudos pechos de las Femen. Como imagen, el bebé Bescansa es delicioso, porqué no. Al fin y al cabo, cuando ululan, se ríen y se insultan sobre el abismo por el que se resquebraja la España amamantada y a veces famélica, sus señorías también se comportan como niños. Como reivindicación, también funciona. Quién va a negar que las mujeres –y los hombres– estén en el sacrosanto derecho de que España camine hacia esa cosa que ahora se llama conciliación familiar y que consiste en que los hijos de uno puedan señalar a su padre o madre en una rueda de reconocimiento de una comisaría.

El hecho de que en el Congreso haya guardería es un detalle, pero advirtió Gustave Flaubert que el diablo está en los detalles. Ayer, todos quisieron tener uno, que es esa manera que tienen los humanos de imitar a los perros cuando marcan cada arbusto. Hay gente que confunde el símbolo con el gesto y que hacen del gesto, un tic. No sé, por ejemplo, si los abrigos en los respaldos de los escaños eran signo de algún tipo de cambio de era o de que sus podémicas señorías no sabían que había guardarropa en el pasillo del Hemiciclo. O tal vez un perchero les resultaba algo despreciable, muestra de la herencia de alguna dictadura y escenario de la lucha de clases.

Estamos perdidos entre tanta coletilla, tanto imperativo legal que no hace otra cosa que ocultar el sentido de las Cortes, que es debatir, negociar y legislar. Más extraño que llevarse a un niño a ver los agujeros de los tiros del 23F, es que alguien te vote por ello y más raro aún, que alguien se indigne. No sé si dentro de tres o seis meses a España le va a gustar tanto este pluripartidismo en el que todos quieren dejar su impronta: Uralde y los suyos llegaron en bici para demostrar la importancia del transporte limpio y los de Compromís venían con una charanga tocando ‘Marcha mora’. Para dar ambiente. Estos son, dicen, el pueblo. «Ahora por fin llega al Congreso gente normal», celebraron.

Como si los anteriores tuvieran trompetas en la cabeza y fueran a los sitios andando para atrás de rodillas por las cunetas de las carreteras.

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