Antonio Ares - Opinión

Un mar de velas

Buscaban hacia Occidente la Atlántida pero el destino quiso que se pararan en las Columnas de Hércules

Antonio Ares
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En un atardecer rojo de un solsticio de verano, hace más de tres mil años, un grupo de hombres aventureros y curiosos, en la franja litoral que va de Tiro a Sidón, se lanzaron a la aventura. Consideraron que la orilla no era frontera, que el horizonte podría ser una buena meta. Sin brújula pero con ansias de conocer. Con el sol y el avistamiento de la costa como norte de día pero sin miedo. Con la Estrella Polar en las noches estrelladas como referente farero se lanzaron a la aventura. Al principio con remos construidos con maderas de cedros del Líbano y mucho esfuerzo, pero después con la vela latina que les dio alas. Buscaban hacia Occidente la Atlántida pero el destino quiso que se pararan en las Columnas de Hércules.

El Mare Nostrum dejó de ser enigmático y pasó a convertirse en vehículo de unión, de ser una barrera infranqueable a no tener secretos.

Mucho más al norte, con el frío y la nieve como norma, los escandinavos amasaban leyendas. Dice la tradición que cuando un grupo de personas se reúne en torno a una mesa para celebrar algo si alguno de los asistentes enciende una vela se rescata el alma de náufrago del fondo del mar. Esos millones de desafortunados que a lo largo de la historia se han hundido en la desesperación del mar bravo, del océano inmisericorde, están ansiosos por ser rescatados.

Ni los más grandes temporales, ni las catástrofes naturales más devastadoras, ni siquiera la cruenta Batalla de Lepanto en el siglo XVI, en la que la cristiandad consiguió frenar el avance del Imperio Turco, consiguieron sepultar bajo sus aguas tanta vida truncada. Desde que la orilla norte se ha convertido en deseo y la sur en hambre, miseria y dolor, sus aguas no dejan de albergar muerte. Por miles, en los últimos años, se cuentan las almas ilusionadas que han perecido con salobre destino. En rutina diaria se han convertido las noticias que tienen que ver con la muerte de inocentes que huyen de la guerra. No debemos acostumbrarnos, la indignación debe hacer que nos rebelemos, que nos amotinemos contra nuestros gobernantes y que les exijamos acabar con tanta masacre por omisión.

En el próximo solsticio de verano, 21 de junio, cuando el día más largo venza a la noche más corta, entre hogueras purificadoras y a la orilla del Mediterráneo, propongo que las costas de los veintitrés países ribereños de este Mar Nuestro se llenen de personas portando velas encendidas. Por cada una de ellas rescataremos del fondo del mar las ilusiones de una alma llena de vida que quiso tentar a la suerte y que le fue negada por los de siempre.

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