Ramón Pérez Montero - OPINIÓN

Filtros

El proceso de aprendizaje de los seres humanos no consiste sino en la construcción del filtro personal

Ramón Pérez Montero
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Cada ser humano constituye una excepción. Los seres humanos, como todo lo que existe en este universo, somos sistemas complejos que vivimos para y por el hecho de procesar información. Toda nuestra actividad biológica, toda nuestra visión del mundo, todo lo que somos capaces de comunicar y todas nuestras decisiones y actos son, en última instancia, procesamiento de información. En este sentido, una cadena proteínica, pongamos por caso, no se diferencia mucho de una galaxia.

Existir, en este universo nuestro, consiste en establecer unos límites entre nosotros y ese exterior del que recibimos el flujo informativo que debemos procesar internamente para emitir una respuesta de nuevo hacia fuera. Interrumpir ese proceso significa perecer. Un cadáver es un organismo incapaz de procesar información.

Hubo un tiempo en nuestra historia evolutiva en que fuimos organismos complejos que sobrevivimos en los fondos marinos filtrando el agua salada para obtener alimento. En definitiva, continuamos siendo eso, animales filtradores de la información que nos permite vivir. Encuentro en esta metáfora la clave de la vida: el filtro. Sólo nos diferenciamos los unos de los otros en el filtro que utilizamos para continuar sobreviviendo. Por eso digo que cada individuo es una excepción. El filtro personal es lo que propicia la respuesta diferenciada que nos dota de identidad.

Todo sistema cultural, por tanto, habrá de ser entendido como el intento de cada sociedad de homogeneizar en la medida de lo posible las respuestas de sus miembros. La diferencia entre las sociedades primitivas y las más avanzadas habrán de establecerse en función del aumento de los flujos informativos y del número de filtros de que cada una de ellas pueda ofrecer. Mientras que los regímenes dictatoriales imponen un único filtro a los sujetos, los democráticos, cuando menos en el espíritu del sistema, ofrecen a sus ciudadanos la posibilidad de construir su propio filtro con absoluta libertad.

El proceso de aprendizaje de los seres humanos no consiste sino en la construcción del filtro personal. La continua labor de entrenamiento de nuestro cerebro para que seleccione qué información pasa y cuál debe ser suprimida. De este modo vamos consiguiendo que nuestras respuestas se ajusten en la medida de lo posible a la que el grupo social en que vivimos espera de nosotros. El conflicto surge entonces cuando nuestras respuestas personales se enfrentan a las imposiciones del marco social. La libertad del individuo brota o se agota en esa lucha.

La construcción de un filtro personal no se consigue sino con el esfuerzo y el riesgo añadido que conlleva caminar por el filo de esa navaja entre las exigencias del grupo en demanda de un determinado tipo de respuesta y las ansias personales de libertad en la misma. Encontramos entonces una amplia gama de individuos, desde los que aceptan sumisamente un determinado filtro político o incluso religioso, hasta aquellos otros que pretender ir por la vida liberados de cualquier tipo de restricción en las respuestas. Entre el ciudadano de orden y el salvaje o el loco sólo podemos encontrar el tamiz cerebral que cada uno de ellos teje en el proceso de socialización.

La libertad sólo se encuentra en ese punto preciso, tan difícil de alcanzar, que te permite dar respuestas satisfactorias a partir de tu propio filtro, construido a base de aprendizaje, de lecturas, de esfuerzo y de experiencia. El filtro ético que te permite sentirte reconciliado contigo mismo sin perturbar las respuestas de los demás. Ahí comienza el camino hacia la felicidad.

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