El mayor triunfo de un aragonés en San Isidro

El 15 de mayo de 1972, Raúl Aranda abrió la puerta grande de Las Ventas en la tarde de su confirmación de alternativa

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Ha comenzado la Feria de San Isidro, y en los carteles de esta edición no hay representación aragonesa. Pero no siempre ha sido así, pues muchas tardes diestros nacidos en esta tierra han toreado y triunfado en lo que se ha dado en llamar el «campeonato mundial del toreo».

Si echamos la vista atrás en la búsqueda del día de mayor gloria para un torero aragonés en el ruedo de la capital de España y en el ciclo isidril, que este año cumple sus setenta aniversario, es obligado pararse en el 15 de mayo de 1972. Aquel día del patrón quedó grabado con letras de oro en el devenir de la historia del toreo en Aragón.

Tras una brillante etapa de novillero y una alternativa de lujo en la Misericordia, Raúl Aranda fue anunciado para confirmar la alternativa con toros de Francisco Galache, Manolo Cortés (recientemente fallecido) de padrino y Julián García de testigo.

Era el momento de consolidar todo lo hecho y colocarse en un lugar de privilegio en el escalafón o de quedar en un segundo plano si las cosas no salían bien. No pasó nada en el primero, pero salió a darlo todo con el sexto. Y lo logró, vaya si lo logró, hasta el punto de que Madrid se le rindió y cuando llegó al hotel después de desorejar a ese toro de Galache y abandonar Las Ventas a hombros, su apoderado podía incluso decir que no a algunos de los muchos contratos que ese mismo día firmó.

En ABC, la crónica de Antonio Díaz Cañabate hablaba de una «gran faena» de muleta. «Raúl Aranda torea bien, torea lento. Raúl alza la espada. La ansiedad se extiende por la plaza. El toro ha muerto y los pañuelos se agitan alocadamente. Una oreja ¡La otra! ¡La otra!, se pide con frenesí. Y la otra es concedida». Ya estaba entre los mejores, en la Beneficencia también cortó un trofeo, y de ahí anunciado en todas las ferias de España. Reconocido por los aficionados y un espejo para muchos toreros. Siempre fiel al concepto del mejor toreo, del clásico, del eterno, del que nunca se adormece. Así era Raúl Aranda. Pero cuando se ocupa un lugar entre los mejores, la suerte es tan importante para alcanzar la gloria como para mantenerla, y Raúl Aranda no tuvo suerte.

Llegaron cornadas que cortaron una y otra vez rachas de triunfos. Aquella escalofriante de Bilbao hubiera apartado de los ruedos a más de un valiente. Y Raúl siguió con una afición que le permitió acariciar muchas veces el cielo del éxito, algo que la vida siempre le negó.

Aquel de 1972, fue, sin duda, el mejor San Isidro para los aficionados aragoneses.

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