Messi, con su novia Antonella Roccuzzo y su hijo Thiago
Messi, con su novia Antonella Roccuzzo y su hijo Thiago - ABC
Fútbol

La burbuja de Leo Messi

Se refugia cada vez más en su familia y amigos. ABC reconstruye cómo es la vida en Barcelona del astro argentino

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A estas alturas del invento, coincidiremos en que la dimensión de Leo Messi como futbolista, fenómeno y marca está fuera de los límites que podían imaginarse hace apenas diez años. A partir de un legado deportivo sencillamente extraordinario (muchos expertos creen que es el mejor jugador de todos los tiempos), el argentino ha construido una imagen global que funciona igual de bien en su país que en Indonesia.

Su tremendo impacto, cuidadosamente trabajado por su padre y una fiel selección de empleados, vende billetes de una aerolínea turca, camisetas del Barcelona, bolsas de patatas fritas, cuchillas de afeitar y paquetes de pan de molde. «Nada es imposible», diría la marca de ropa que lo viste; Messi es lo suficientemente universal y transversal para sacarle partido a lo que sea.

Pero sin fútbol no habría negocio alguno. Y en el caso del «10» azulgrana su talento innato vive estrechamente relacionado con los detalles, con pequeños y decisivos brotes de química. «Que sea feliz», repetía Pep Guardiola una y otra vez. Solo así se entiende que José Manuel Pinto, eterno suplente de Valdés, se convirtiera hace unos años en su mejor amigo en el vestuario del Barça y estirara su carrera hasta los 38 años; o que Pepe Costa, responsable de la oficina de atención al jugador, sea hoy en día uno de sus principales confidentes.

Ganarse a Messi, en resumidas cuentas, es un deporte paralelo al que no todos saben jugar. Que se lo pregunten a Ibrahimovic, a Villa o a Alexis. Para triunfar hacen falta una mezcla de tiempo y lugares comunes, aunque por lo visto Luis Suárez solo ha necesitado lo segundo.

Ha hecho muy buenas migas con Luis Suárez, con quien suele tomar mate

El punta uruguayo ha entrado con fuerza en el selecto corrillo de Messi en el vestuario del Barça gracias, según cuentan, a algo tan trivial como su pasión por la infusión de yerba mate, una bebida amarga y estimulante que se mezcla en un recipiente de madera y se consume a través de una bombilla de metal.

La tradición, también compartida en Sant Joan Despí por Javier Mascherano, ha unido a ambos delanteros en contra de los que veían en Suárez un motivo clave para que Messi, cuya posición fetiche es la que ocupa hoy el charrúa, decidiera marcharse a otro equipo. He aquí el efecto de la química para de repente ser de la confianza del argentino, cuya única meta es jugar a fútbol y ganar títulos. No entiende el deporte de otra manera.

Del mismo modo que no está previsto que revise su sed de gloria y protagonismo sobre el césped, no se espera que cambie su forma de enfocar el día a día junto a su entorno familiar más cercano. Messi vive en un lujoso chalet de la urbanización de Bellamar, en Castelldefels, junto a su pareja Antonella, con la que suele jugar a tenis, y su hijo Thiago, que el pasado 2 de noviembre cumplió dos años.

Rodrigo, hermano mayor, actúa de principal apoyo carnal del jugador en Barcelona, ya que sus padres (Jorge y Celia) pasan últimamente largas temporadas en Rosario, y suele acompañarlo a donde sea necesario, desde a compromisos publicitarios hasta a sus frecuentes ágapes en los mejores restaurantes argentinos de Castelldefels, donde da buena cuenta de especialidades de ternera generalmente cocinadas al punto.

Apenas abandona su casa salvo para pasear por la playa

Messi, siempre pegado a la etiqueta de fenómeno global, busca intimidad y anonimato paseando por la playa antes de la puesta de sol e intenta comportarse como un ciudadano más pese a saber que su presencia nunca resultará indiferente. Sucede, por ejemplo, cada vez que tiene que ir a cortarse el pelo. Antes recibía a su peluquero de confianza en casa, pero ahora se resiste a vivir permanentemente enclaustrado y se desplaza en su todoterreno al local en cuestión después de reservar hora como un cliente común.

El «10», cuya preocupación por el aspecto físico ha crecido en los últimos años, acude más de una vez al mes al mismo salón de belleza que suelen frecuentar dos de sus compañeros en el Barça y la mayoría de los miembros de su familia. «Por suerte, se siente cómodo y agradecido con el trato que le damos», afirman desde el establecimiento.

Pequeño Rosario

«No es fácil ser Messi», decía no hace mucho Gerardo Martino, admirado por la dificultad que debía superar su compatriota para enfrentarse a su sobredimensionada realidad. Y la verdad, considerando la vida del delantero más allá del rectángulo de juego, es que al hoy seleccionador argentino no se faltaba razón.

Ante semejante repercusión, es normal que el protagonista de la vorágine se recluya más de lo que seguramente preferiría. De hecho, es acertadamente recurrente aquello de que Messi «juega en Barcelona pero vive en Rosario» en referencia a la pequeña burbuja de allegados y costumbres que le transporta a Sudamérica a orillas del Mediterráneo y que le mantiene en sus trece con su acento porteño y sus pocas ganas de aprender catalán.

Lleva más de media vida en Barcelona, pero no habla catalán en público

De poco le sirve, en este sentido, que Xavi Hernández, a quien escucha y respeta enormemente, le lleve de vez en cuando de cena con sus amigos de Tarrasa. Messi no es como Beguiristain, Salinas o Touré Yayá, que se atrevieron en público con la lengua de Pompeu Fabra a poco de aterrizar en Barcelona.

Él atiende a otras cosas, más observador que hablador, suspicaz en la distancia corta y fiel a los que le comprenden y defienden como Mascherano, Marcelo D’Andrea, su preparador, o su inseparable Pepe Costa. Este último, pieza clave también en su conexión con Neymar, ha vuelto a los desplazamientos con el primer equipo después de que el presidente Bartomeu, que está en precampaña, liquidara a Emili Sabadell, antiguo «team manager».

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