Gonzalo López-Alba, autor de «Los años felices»
Gonzalo López-Alba, autor de «Los años felices» - Inma Mesa,

Gonzalo López-Alba: «En los 90, algunos se corrompieron por una pastilla de viagra»

El periodista publica «Los años felices», un viaje desde La Transición hasta nuestros días

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Gonzalo López-Alba era un espabiladillo adolescente de provincias (Villafranca del Bierzo, 1959), un empolloncete al que, además, le gustaba (y lo hacía bien, pero que muy bien) escribir. Quería triunfar y por supuesto en la capital del Reino, en esos Madriles en que todo, de la música a la política, se estaba cociendo.

Eran los ultimísimos setenta y Gonzalo (nunca soportó que le llamaran Gonzalito) se armó de valor, pidió permiso (y unos duros) a sus padres y hasta la capital de España que se vino. Aquí se dio de bruces con los Años Felices… y triunfó. ¡Vaya que si triunfó! Se convirtió en u periodista de raza (siempre animado por Luis María Anson) del ABC, uno de los expertos de la mítica sección de Nacional del ABC de aquellos años, experto en la vida y milagros del PSOE (estos leoneses siempre con lo mismo), el de Felipe González y Alfonso Guerra, ¡casi ¡na!), recién llegaditos de Suresnes y dispuestos a comerse el mundo, y España, si se dejaba.

Se la comieron. Y Gonzalo también. Treinta y cinco años después Gonzalo López-Alba recuerda aquellos efervescentes días en «Los años felices» (Planeta), una subyugante novela.

-¿Cuál fue su primera impresión cuando llegó a aquel Madrid de finales de los 70?

-Yo llegué en 1976. Mi impresión fue que acababa de aterrizar en el corazón de un país en plena ebullición y efervescencia. Sentí la misma emoción y los mismos temores que cualquier recién llegado de provincias a la gran ciudad, las mismas ansias de verlo y probarlo todo.

-Ya puestos. ¿Había tan poco trabajo como ahora?

-La muerte de Franco coincidió con una crisis del petróleo que marcó el final de un ciclo de crecimiento que se experimentó durante el tardofranquismo, pero en 1976 el paro no alcanzaba el 5%. Cuando se firmaron los Pactos de la Moncloa, a finales de 1977, la cifra de parados estaba cerca del millón y, aunque todavía siguió aumentando, ya entonces se consideraba insoportable. Cuando yo terminé la carrera, a comienzos de los ochenta, creo que sí, que era mucho más fácil encontrar trabajo y también progresar a partir del primer empleo. Hay que tener en cuenta que, aunque no era fácil y ya entonces se decían que sobraban licenciados a patadas, con la democracia nacieron muchos nuevos medios de comunicación.

-¿Le interesaba la política?

-No especialmente, más allá de que en los tiempos de la Transición la política formaba parte de la vida cotidiana. Hubo el atracón propio de cuarenta años de abstinencia obligada y yo, como casi todos, participé de aquel banquete.

-¿De verdad fueron años felices?

-Si se tiene en cuenta que veníamos de una dictadura y hemos acabado en una crisis con características propias de cambio de era, que es el tiempo histórico que recorre la novela, parece poco discutible que fueron años felices. Los tres protagonistas principales pertenecen a una generación que alcanzó la mayoría de edad ya en democracia, nació con la certeza de que viviría mejor que sus padres y tuvo oportunidades para poder ver cumplidos sus sueños, aunque ahora en muchos casos se trate de cincuentones a la deriva. Pero es que sus hijos han nacido con la certeza de que vivirán peor que sus padres y les hemos robado sus sueños; están haciendo el mismo viejo que sus abuelos, sólo que con un ‘trolley’ en lugar de una maleta de cartón.

-¿Vivió aquel tiempo intensamente?

-A mi manera. Pero, en los términos en los que intuyo la pregunta, no tenía un duro en el bolsillo ni tiempo que malgastar.

-¿Ligaba, bebía o ambas cosas?

-Bebo poco y ligo menos, antes y ahora.

-Yo, como casi todos, tengo un recuerdo difuso, valga el eufemismo, de aquellos días. Todo era a quemarropa, la vida y la muerte, te la jugabas por ir con el pelo largo o un ejemplar de El País?

-Contado así me parece exagerado. Tras la muerte de Franco hubo un periodo en el que las viejas técnicas de represión se mantuvieron mezcladas con un clima de libertad tolerada. Y hasta que se asentó la democracia es cierto que llevar barba y/o pelo largo, o pasear con determinados periódicos debajo del brazo (no sólo El País, también Diario 16 y otras publicaciones), era una suerte de provocación a los más ultraderechistas, que se opusieron al cambio intentando amedrentar a la población. Eso era especialmente perceptible en los ámbitos universitarios, en determinadas zonas de Madrid o en fechas singulares, pero nadie se abalanzaba sobre ti en la calle porque llevaras barba o estuvieras leyendo alguno de los nuevos periódicos que aparecieron entonces.

-¿Qué libro de cabecera tiene en la mesilla?

-El Diccionario de la Real Academia de la Lengua.

-¿Qué le contaría a sus hijos, si los tiene, de aquel tiempo?

-No los tengo. Les contaría que los sueños se pueden realizar, y que nada se consigue sin tesón y esfuerzo.

-Eran los tiempos en los empezaba la Movida. ¿Los Babosos o las Hornadas Irritantes?

-Cuando yo llegué a La Movida, ya sólo quedaban los restos. El festín se lo habían dado los hermanos mayores.

--Vi a dos compañeros, Arturo Ruiz y Mari Luz Nájera, (y a muchos más) asesinados por los fachas y por la Policía, respectivamente. ¿También fue un tiempo de terror?

-Esas dos muertes aparecen reflejadas en el primer capítulo de la novela. Ocurrieron durante la llamada Semana Negra que tuvo su crespón mayor con la matanza de abogados laboralistas de Atocha. Según cálculos realizados por el profesor de Sociología Ignacio Sánchez-Cuenca («Atado y mal atado», Alianza Editorial) , entre el 1 de diciembre de 1975 y el 31 de diciembre de 1982 en España murieron 174 personas «como resultado de la actividad represora del Estado». Aunque la cifra incluye a terroristas y delincuentes, su cálculo es que cerca de la mitad (84) fueron ciudadanos que participaban en protestas políticas o que se vieron envueltos en altercados con las Fuerzas del Orden.

-Bueno, dejémonos de historias, pasemos a la literatura. ¿Cuánto tiempo le ha llevado escribir esta novela, toda una vida?

-Pues podría decir que sí porque la literatura ha sido mi ambición desde la infancia. Como le ocurre a todo el que escribe, la historia rondaba por mi cabeza desde tiempo antes de ponerme ante el teclado. En términos prácticos, eso ocurrió tras el cierre de Público, en la primavera de 2012, así que han sido casi tres años.

-¿Lo más difícil?

-Construir una trama de corrupción política que resultase creíble y, al mismo tiempo, estuviera a la altura de las que hemos ido conociendo. La realidad me superaba todos los días. Nadie lo habría creído si, antes de que saliera en los periódicos, escribo que ha habido españoles que se corrompieron a cambio de pastillas de viagra, por poner un ejemplo.

-Con perdón, este típico me encanta. ¿Sus autores preferidos, sus influencias?

-Tanto en el periodismo como en la literatura soy resultado de mi propio mestizaje, de haber trabajado en sitios muy diversos y haber bebido de fuentes y autores variados.

-¿Cómo fue su llegada a ABC?

-Yo soy de los que se hicieron periodistas porque querían escribir. Como la vida es caprichosa y paradójica, empecé en la radio, así que en ese sentido fue ver cumplida una aspiración. Después de Radio Cadena Española, trabajé durante cinco años en una agencia (otr/press), que entonces eran la escuela de aprendizaje por la que se pasaba habitualmente antes de saltar a un periódico. En este sentido, fue una progresión natural, pero también subir un escalón muy importante.

-¿Valió la pena vivir aquello?

Siempre vale la pena vivir el tiempo que te ha tocado porque tú no puedes elegir y la vida, contigo o sin ti, continúa igual. Y, en la medida en que ha sido un periodo plagado de cambios, no puede decirse que haya sido aburrido.

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