La ministra de Fomento, Ana Pastor, el ganador del Planeta, Jorge Zepeda, y el presidente de la Generalitat, Artur Mas
La ministra de Fomento, Ana Pastor, el ganador del Planeta, Jorge Zepeda, y el presidente de la Generalitat, Artur Mas - AFP

Suspense, corrupción y políticos en el Planeta

La fiesta literaria que premió una novela sobre corruptelas sirvió como tregua para juntar a la mesa al soberanismo con sus adversarios

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La mesa del Premio Planeta demostró ayer una diplomacia de libro, literalmente. Nunca un premio literario de este porte se celebró bajo una tensión política tan intensa y, sin embargo, la de anoche fue una fiesta con otro tipo de matices. Para empezar, y es de destacar, la convivencia de la ministra de Fomento, Ana Pastor, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y el resto de autoridades convocadas por el presidente de Planeta, José Manuel Lara Bosch.

Con la salud sensiblemenete debilitada, Lara dejó claro que la inteligencia tiene más fuerza que cualquier sectarismo. Inundó Barcelona con sus autores, en una convocatoria a la que no faltó nadie. Juan Manuel de Prada, que raramente se ha dejado ver por la entrega del Planeta desde que lo ganó, así lo comentaba.

Estaban todos, rostros televisivos, autores venidos del extranjero, del periodismo, de los fogones y de todos los rincones posibilitaron con su presencia que por un momento quedasen en suspenso las tensiones nacionalistas.

De hecho, muchos comentaban, catalanes y foráneos, el final carnavalesco que Artur Mas, que acababa de nombrar al Estado como adversario la víspera, está dando a su órdago soberanista. Y como los escritores y el resto de plumillas gastan finas ironías, muchos apuntaban parábolas que servían para comprender el desencanto entre los movilizados y favorables y el alivio un poco sardónico que sienten los que nunca creyeron en la apuesta del presidente de la Generalitat. «Mad Mas» le llamaban ayer unos, y otros sonreían entre múltiples bromas. Aunque no faltaba quien quería aportar explicaciones geoestratégicas a los estragos de un callejón sin salida.

Y prueba de que el Estado no detiene su maquinaria ni por los premios literarios, a media tarde, mientras el Senado aún tenía en suspenso la votación de la Ley de Propiedad Intelectual (LPI), vimos la llegada del secretario de Estado de Cultura, que se bajaba a toda prisa de un Ave en la estación de Sants. La ciudad condal mostraba su mejor rostro con un tiempo primaveral, y José María Lassalle cumplía con su asistencia una representación necesaria que sin duda también fue agradable, porque le permitió abandonar la Plaza del Rey, sede de la Secretaría de Estado de Cultura, últimamente asediada por autores, entidades, velas y consignas que piden su cabeza por la polémica generada por la LPI.

Barcelona, capital cosmopolita

Entre dimes y diretes, y con un error por medio, ya que el premiado, Jorge Zepeda, fue anunciado antes de lo que mandaba la liturgia y por ello recibió dos veces el aplauso y a punto estuvo -quién sabe- de recibir dos veces el premio (el mejor dotado económicamente de toda España), la velada se fue enfriando. Pero en el ambiente flotaba la impresión, que a todo el mundo le quedó clara, de que los libros, la edición, han permitido a Barcelona convertirse en una capital más cosmopolita, desde hace décadas. Y que eventos como el de ayer permiten revivir esa cualidad.

Diversos escritores y editores imaginaban cómo sería una entrega de premio literario sin autores de toda España y de Iberoamérica (no ya el Planeta, pues Lara sigue anunciando que ante una secesión su empresa se iría adonde le lleven el idioma y el negocio). Sin duda sería un evento más mortecino, sin el interés que aporta esta fiesta de un idioma que comparten 500 millones de personas.

Y claro, luego estaba un rasgo interesante que algunos señalaban. Ha ganado una novela que habla de corrupción y tramas negras, escrita por un autor acostumbrado a investigar los dobles fondos de nuestra sociedad. Así no es extraño que todos, desde los políticos hasta el último invitado, dejaran en suspenso las tensiones, a la espera de comprobar si una novela que trata de forma tan abierta uno de los problemas más acuciantes de nuestra sociedad, recibe el respaldo de un público harto de promesas. Pero la cosa promete.

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