Destitución Cervera Cádiz CF

El Dios que se fue volviendo a ser catequista

Álvaro Cervera abandona una iglesia que sacó de los suburbios para dejarla en Roma

Deja de ser entrenador del Cádiz

Cervera, el día de su presentación. L. V.

Alfonso Carbonell

La metamorfosis que ha experimentado Álvaro Cervera en el Cádiz CF ha sido brutal. Y lo peor es que ha sido de ida y vuelta porque el señor de las gafas, el mismo que ha dejado al equipo en el olimpo de los dioses tras cogerlo en el mismísimo infierno, se va con ese aire apocado e incomprendido con el que vino hace ya cerca de seis años.

Vino al Cádiz CF siendo un catequista. Llegaba en mitad de una guerra civil, entre ruido de sables y con una afición cabreada que tan solo veía en él la figura de un pobre curita con el que acabar de cebarse tras una temporada regular y desastrosa, y que a cuatro jornadas de final acababa con Claudio Barragán, el Goyo Manzano del 'Cholo' en el Atlético.

El caso es que en sus primeros cuatro partidos, más bien tres, Álvaro Cervera no solo no hizo cambiar de rumbo al equipo sino que encadenó dos derrotas (Mérida y UCAM) y un triste empate en Jumilla. Y la afición, a las puertas del 'play off', de uñas, cabreada. Porque si algo tuvo Álvaro Cervera en esos primeros partidos que lo hizo inolvidable fue su temperamento anodino, ausente, analítico. Y claro, eso era lo último que la grada quería ver para dirigir a un equipo que se caía.

El personal esperaba lo típico para estas ocasiones. Es decir, un general, un líder con mano de hierro y al que veía en el banquillo tan solo le faltaba un alzacuellos. Ahí estaba él, con sus gafitas, su polo azul marino con cuello, su 'jerseisito' azul y su 'chaquetita' con los que estaba llamado a tocar la gloria que nadie vio -salvo unos 50 locos que viajaron a Ferrrol en el autobús de la ilusión- tan solo un par de meses después.

Llegó su 'play off' y comenzó la reconversión tras una última victoria en Liga y primera con Cervera en Jaén. Nadie la vio, pero el equipo la entendió. Vamos que si la entendió. A partir de ahí, el Cádiz CF solo recibiría un gol en A Malata y el plan de Cervera echaba raíces hasta Primera. El catequista se vino arriba y en Segunda hasta se hizo hipster, bohemio, piloto de la patrulla Águila, modernito con gafas amarillas para ir de after, hombre anuncio con su lema en la camiseta... Se desmelenó a modo del The Young Pope de Sorrentino.

Y de Papa pasó a Dios. En los años en Segunda fue obrando pequeños milagros a base de trabajo y esfuerzo. Hipnotizó a los suyos basándose en simples premisas con las que fundó una religión que ha acabado siendo secta. Pero ojo, él lo ha hecho a costa de su nombre y por el bien del escudo que lo blindó hace dos años con un contrato que ahora debe liquidar.

Cervera fue ganando nombre en Cádiz a medida que lo iba perdiendo fuera. Su rostro se ve por la calle, en camisetas, banderolas y hasta en el cemento de Carranza, donde se codea con el gran Mesías, el mago del Salvador. Fue ganando y ganando adeptos hasta que nadie recordaba sus primeros pasos como catequista en una iglesia que ha dejado bañada en oro. Ya era un Dios antes de conseguir el gran milagro del ascenso.

Eran tantos y tan buenos los resultados que sus destractores no tenían otra que bajar la cabeza y aceptar su reinado. Sus métodos, ya en Primera y con un equipo de fieles creyentes arrepentidos, se fueron haciendo cada vez más feo al mismo tiempo que sus milagros cada vez más grandes. Y vuelve a manifestar su grandeza dejando al Cádiz CF en la mejor posición de su historia. Se convierte en el técnico con más partidos y hace tocar al cadismo el cielo con las manos tras vencer al Madrid, al Barcelona y al que se le pusiera por delante. Se consagra, como buen Dios, hasta en dos ocasiones en la Catedral. Con o sin público, dejando bien claro que sus métodos pueden valer para todo. Incluso en el Santiago Bernabéu.

El entrenador de los milagros, con el permiso de aquel que vestía camiseta rosa en los momentos más sagrados, no para y desbanca a otros grandes de la casa como Espárrago o Jose, dos con los que acaba de entrar en la dorada rueda del cadismo, una religión que tiene sus propios mandamientos y que tanto desconoce el que manda ahora.

Pero la Primera es muy grande hasta para un Dios. Poco a poco comienza a perder influjo en su gente, en su vestuario, que comienza a darle la espalda en Vallecas. Todo se tuerce. De pronto, la cara de Cervera ya no es la misma y va cogiendo tono grisáceo. Su ruptura con la cúpula de la Iglesia es total y cada vez son más los adeptos que comienzan a negarlo como San Pedro. Su figura onírica va tomando aires terrenales y comienza a descender de las nubes. Solo los más sectarios se hacen más papistas que el papa. A muerte con él, a muerte. Pero ir a muerte con nadie no es un argumento muy favorable hasta para el protagonista, que se baja de la silla en Pamplona con unas declaraciones que le dejan al jefe supremo, con el que ni se habla y casi llega a las manos en el día del Valencia, todo el camino para rematarlo.

Se va Cervera y se va como lo hizo. Tímido, ausente, con pena. Él sabe que esto es así, que se trata de un mundo en el «que el orden te trae y te lleva» y ahora lo ha mandado al paro pero con una legión de seguidores y una ciudad repleta de admiradores de su obra. Se va como llegó. Su catecismo, ese que ha desempolvado y enseñado por todos los campos de España, vuelve a su rincón. Ese catecismo que tanto le ha dado al Cádiz CF, pero está por ver cuánto le dará a su dueño fuera de estas fronteras en las que convivió con otro profeta de una tierra en la que, ha dicho, piensa vivir.

El catequista cuelga la sótana en Cádiz, una tierra en la que deja tantas puertas abiertas como brazos abiertos.

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