Alavés - Cádiz

De Perico se pintan la cara (0-1)

Un gol de Lozano y un tremendo resbalón del que menos se pensaba le da justa salvación a un Cádiz que despertó en la muerte

Alfonso Carbonell

Este Cádiz ha estado muerto muchas veces. Este año hasta le quitó la soga del cuello el presidente. Ha intentado suicidarse, matarse; ha llamado hasta a anestésistas para que le durmieran pero a todas esas llegó un nota, un peñista con cara seria y gesto amable, que revivió ese aquello cadista que andaba muerto, adormilado, para inyectar una sangre que no habitaba en el cadismo desde tiempos pretéritos. El Cádiz jugó 45 minutos solo, pero el fútbol ha demostrado que es justo. Y gracias a un Espanyol ¡oh Perico, qué grande eres!, se ha salvado de una quema donde nunca tuvo que estar.

Y por eso el gol del Choco valió todo. Un viaje, unos gastos, una paliza. Pero lo que más valió fue un club que se hace llamar Real Club Deportivo Espanyol que tuvo a un señor de jugador y entrenador y que no solo ha relanzado a un equipo, sino a toda una afición.

Poco o nada. Eso es lo que importaba el once del Cádiz que sacase el bueno de Sergio ante un Alavés con una afición entre local y visitante, porque puestos aguar la fiesta no querían ser ellos el que trayesen el jarrón . Gente buena, gente guapa. Pese a todo, pese al descenso, pese a las críticas, la gente de Vitoria sonreía de amarillo.

Pero eso era la grada, tan señorial y verde como tan señorial y verde son los vitorianos. Tan, tan, que hasta pitaban las acciones de peligro de su equipo. Con eso, todo estaba en otro campo.

El partido en Mendizorroza no era un partido, era una actuación. No para los futbolistas, que se debían a su pofesión, pero sí para la gente que les paga. En una palabra, Mendizorroza hablaba andaluz. Y para ser más concreto, gaditano y cadista.

Pero los nervios eran tantos que hasta los de amarillo se contagiaban. Porque el Alavés, como el Madrid hace una semana, quería pero no quería. A buen entendedor... no la hace falta cuchara. Pues eso.

Y claro, cuando un equipo se cree que se lo están haciendo se confunde. Y eso fue lo que pasó pasados los primeros veinte minutos de juego, que entre una cosa y otra el Cádiz bajó los brazos y tuvo que ser Ledesma el que los sacara para evitar un gol después de que Loum enchufase una sin tanta volundad como ganas.

La dinámica era esa. Un Cádiz a la espera sin esperar. Desagradecido, apático, cruel para los suyos. Incluso para ellos mismos, que deambulaban por el verde como el borracho que va buscando un bar abierto en un desierto.

Y así seguían las cosas. Mientras el Osasuna lo intentaba en Pamplona, por Vitoria había gente de amarillo con la pulserita y pidiendo daikiris. Las cosas...

Ya en el 35' se aproximó el Cádiz, que forzó un córner sin consecuencias pero que le valió al once amarillo para adelantar sus líneas y presentar sus credenciales y decir porque había venido a Vitoria.

Se iba llegando al descanso y el Cádiz podía decir dos cosas. La primera, que seguía rebufo de dos. Y la segunda, que porque no había más, que sino iría a merced de los que fueran. Porque los de Sergio se movían sin ganas, sin fe. sin ese ímpetu que les llevó a jugarse las castañas un día que nadie quería. Ni ellos ni la afición, que desde una esquina de Mendizorroza animaba con idéntica predilección que sus jugadores. O sea, ninguna.

Así se llegó al término de los primeros 45 minutos después de que Jason se lo explicase a Iza tres o cuatro veces y el centro del campo cadista estuviera desaparecido en un combate que empezó con ko a la mandíbula con el gol del Mallorca en Son Moix. Un Ángel caído se le parecía a un Cádiz que mereció verlo de tanto invocarlo.

Tuvo que marcar el maligno para que el Cádiz se pusiera a intentar jugar. Y de esa manera, tocando, llegó la primera clara de los gaditanos, que después de una pared entre Sobrino y Alcaraz le vino un balón a Idrissi, que con su izquierda, la peor suya, se la entregó en las manos de Sivera-

Definitivamente, el Cádiz se dio por aludido y dio un paso al frente. Y de esa forma llegó una muy buena de Lucas Pérez, pitado en Mendizorroza, que empalmó con su zurda tras una asistencia de Negredo sin encontrar puerta.

Por inercia, que no por virtud, le volvió a llegar otra a Idrissi, pero la pifió otra vez tras rematar en el segundo palo sin oposición y casi que sin predisposición.

Era el 70' de partido cuando sonaba un penalti ridículo a favor del Granada, el enésimo, que lo fallaba Jorge Molina. Sergio se atrevía y metía en el campo al Choco, Cala y José Mari para rezar a los santos. Y de ese santoral salieron Iza, que le metió un balón de oro al catracho para que este mandase a todo una puta legión a rezar a una Iglesia, la que fuese.

Mallorca ganaba, Granada empataba y el Cádiz ganaba. Así estaban las cosas en el 80 de partido en todos los campos santos de esta bendita religión llamada fútbol. Y aquí uno dejó de escribir. A disfrutar, señores.

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