Cádiz, la ciudad que decía sonreír, da pena verla de tanta basura que le carcome desde hace muchos años. Ahora, y quizás para que no se vea tanta mierda en el suelo, también parece ir a oscuras, ya sea porque las farolas alumbran menos que un barco pirata, ya sea porque no podan los árboles desde que Bruno García era concejal de Teófila Martínez. El caso es que la ciudad, extacita de plata, pringa a cada paso que se da. Bueno, pues su estadio anda a la par. O si no, que se lo pregunten a sus sufridos abonados que acuden cada dos semanas a la grada con la certeza de encontrar sus asientos en un deplorable estado de conservación debido a la falta de cuidados por parte del Cádiz CF, empresa que explota la gran instalación municipal.
Por tanto, muchos aficionados cadistas habrán visto con buenos ojos el tormentón que cayó este pasado viernes sobre la capital gaditana con la esperanza que, además de coches y alguna que otras calles, también haya servido para limpiar, o cuanto menos reblandecer, las cagadas de las ratas del aire que son las palomas y que tienen hecha una porquería las gradas del estadio Carranza.
Hace dos jornadas ante el Ceuta, muchos de los asientos de las cuatro gradas del estadio estaban más que sucios debido a las heces de unas aves que hace muchísimo tiempo eran espantadas de las viseras y gradas del estadio por un halcón amaestrado por un cetrero al que no estaría de más volver a contratar por el bien de la higiene cadista.
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