Una mujer contempla los documentos expuestos en los Museos Capitolinos de Roma. :: REUTERS
Sociedad

El Vaticano desvela sus secretos

La Santa Sede desvela cien documentos de valor incalculable, un paseo único por hechos y personajes

ROMA. Actualizado: Guardar
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Produce una especial emoción encontrarse con la firma de Miguel Ángel, de Galileo, de Voltaire, Erasmo de Rotterdam o, por qué no, hasta de Sissí emperatriz. O el papelito en el que María Antonieta escribe desde la cárcel unas líneas muy formales y sin perder la compostura aunque sabe que pronto le van a cortar la cabeza. También resulta encantadora y saltarina la caligrafía de Lucrecia Borgia que cuenta a su padre, el papa Alejandro VI, lo bien que se lo está pasando de casada. Al igual que causa impresión el sello de oro de casi un kilo de una carta de Felipe II. Pero sobre todo transmite una sensación única de estar ante auténticos pedazos de historia el contemplar muchos papeles importantísimos estudiados en el colegio y que se hacen realidad. Como el edicto de Worms, por el que Carlos I condenó a Lutero y que lleva la firma enorme y abstracta del emperador español. O las actas del proceso a Galileo.

Todos estos legajos están guardados en el Archivo Secreto del Vaticano, fundado hace ahora 400 años, en 1612, y uno de los mayores del mundo, con 85 kilómetros de estanterías. Solo los podían ver especialistas y nunca han salido de allí hasta hoy. 'Luz sobre el misterio', una magna exposición en los Museos Capitolinos de Roma presenta, hasta el 9 de septiembre, una selección de cien. Entre todos suponen un paseo sublime por grandes acontecimientos y personajes de los últimos 1.200 años.

Motivo de orgullo

Ese gran lapso de tiempo muestra, dijo ayer con orgullo el prefecto del Archivo, monseñor Sergio Pagano, «una línea institucional ininterrumpida de la que solo la Iglesia y la Santa Sede pueden presumir». Hay que rendirse, en efecto, ante el peso de la historia con mayúsculas, de lo cotidiano a lo oficial. Deambulando en la penumbra de las salas se lee a Bernini que ordena el pago de 150 escudos por dos bloques de mármol que ha encargado o a Napoleón que firma en 1801 el primer concordato moderno entre un estado y la Santa Sede. Naturalmente, los hitos de la historia de la propia Iglesia católica tienen gran protagonismo. Desde una copia del siglo XVI de la célebre donación de Constantino, la falsificación medieval que sirvió a la Iglesia durante siglos para reivindicar su supremacía sobre el poder terreno, a la rendición de Pío IX a las tropas italianas en 1870, que supuso el fin del poder temporal de la Iglesia. También está la aprobación de Honorio III de la orden de San Francisco de Asís en 1233, una carta de parlamentarios ingleses pidiendo la nulidad del matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón, o la orden de Julio II en 1505 para enrolar a 200 mozos suizos para crear su guardia personal. Hasta las actas y las papeletas de votación del cónclave de 1775 o la lista de claves del código secreto que usaba el Papa Borgia en sus cartas con el nuncio en España.

Se puede leer el castellano puro de Santa Teresa de Ávila, que responde con humildad a una carta al decir: «Por caridad, que no me ponga señora en el título que no es lenguaje nuestro». En las relaciones con mundos lejanos, sorprende una de las cartas del khanato de Persia al Papa en 1279, los primeros papeles en lengua mongol que se conservan, o una misiva de Clemente VIII en 1603 dirigida al Perú en lengua quechua. También un escrito de Clemente XII en 1738 al séptimo Dalai Lama del Tíbet para que permitiera la actividad de los misioneros capuchinos, aunque no le hizo ningún caso y los echó a patadas. Pero una de las piezas más raras es un mensaje de los indios canadienses Ojibwe, escrito en 1887 en corteza de abedul, al «Gran Maestro de la Plegaria, el que hace las veces de Jesús».