Opinion

Democracia, ¿qué democracia?

Mantener siempre un discurso coherente, razonable y valiente es muy difícil

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Un veterano periodista llamado José Luis Martín Prieto me dijo una vez: «mira, el día en que los políticos digan lo mismo en público que en privado podremos hablar de una verdadera democracia». Nunca olvidé una consideración que el tiempo no ha resuelto. Ya sé que es muy fácil zurrar la badana al político, creemos que todo lo aguanta y que en su salario va eso, soportar, entender y asumir todo tipo de crítica, por muy desabrida que sea.

Lo que vamos sabiendo por Wikileaks no los deja muy bien, porque es evidente que con ellos funciona el doble rasero. Que son capaces de decir una cosa, hacer otra y, en demasiados casos, la contraria. Pero esto que vale para los políticos, vale para nosotros los periodistas, empezando por mí, porque no siempre puedo decir lo que sé, no siempre tengo el valor de contar lo que estoy pensando, y no siempre hago lo que creo. Qué le voy a hacer, es la condición humana la que explica tanta contradicción en mí, un periodista, y en tantas personas sean o no periodistas o políticos. Mantener siempre un discurso coherente, razonable y valiente es muy difícil. Pero si en algunos casos esa incoherencia se puede explicar -que no justificar- en la política no. El que está en esa actividad toma decisiones, ha pasado por las urnas, administra la confianza que millones de personas le han prestado. Y eso es lo que Wikileaks pone frente a nuestros ojos: que no merecen estar ahí, y menos aún merecen confianza ni consideración.

Mucha gente tiene en ellos la fe que pone en su religión. Por eso conocer el uso que hacen de esa confianza hace que suenen todas las alarmas al preguntarnos, pero ¿de qué democracia estamos hablando? Lo de Wikileaks no son solo chascarrillos, comentarios de bar. Es la demostración de cuál es la naturaleza del político en España. Ministros que dicen apoyar a la familia de José Couso, asesinado en Bagdad en 2003, pero que luego le dicen al embajador norteamericano que están trabajando para que no prosperen las órdenes de detención. Un fiscal General del Estado, Cándido Conde Pumpido, que muestra ante los norteamericanos una sumisión que escandaliza e irrita hasta decir basta. Otro ministro, Moratinos, que dice a los americanos que tranquilos, que la vicepresidente de la Vega se ha implicado en la resolución del 'caso Couso'.

Para mi es un escándalo lo que leo, pero pienso en la madre de Couso leyendo lo mismo que yo, y me pregunto: ¿cuándo dejará de sufrir esta mujer? «El Gobierno de España ha ayudado entre bastidores para que los fiscales apelen», le decía el embajador a Condoleeza Rice, secretaria de Estado de George Bush. Recuerden, un Gobierno cuyo presidente vendió como un acto de dignidad no levantarse de una silla al paso de la bandera de Estados Unidos. De verdad, ¿podemos llamar a esto democracia? Da miedo preguntárselo, pero no queda más remedio.