LA HOJA ROJA

LA CALLE DE EN MEDIO

Nunca llueve a gusto de todos y parece que, poniendo parches al nomenclátor, se aguanta mejor el temporal

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Una de las cosas que más sorprende al viajero, o turista, o visitante, o como quieran ustedes llamar al que se acerca por estos lares, es la facilidad con la que manejamos el calendario, la relatividad del tiempo, si prefieren. Porque si tres mil años de historia nos contemplan y se convierten en referencia cotidiana para dilucidar qué es o qué no es una reliquia del pasado, nos bastan dos cuartos de hora para convertir lo que sea, en tradición. El carrusel de coros de verano ya es una tradición, como en su día lo fueron las cruces de mayo. De las barbacoas, ni hablamos, para qué. En cualquier caso, tres mil años son muchos, y la antigüedad es un grado, así que en ninguna ciudad como en ésta se ejerce ese venerable derecho de opinar y dar consejos como si ya todo lo que pase lo hubiésemos vivido antes.

Y así, jugamos al juego de la confusión llamando todavía «plaza de toros» a un parque público, «gobierno militar» a un centro cultural y «cárcel» a un edificio que nadie sabe todavía qué será, será. En fin. Que esto de los cambios lo llevamos como podemos. Y no es de ahora. Aunque ahora parece que la polémica está servida con la propuesta socialista de cambiar algunos nombres del callejero gaditano acatando un imperativo legal derivado de la Ley de la Memoria Histórica. Esto tampoco es de ahora, qué quieren que les diga.

Los nombres de las calles siempre han sido armas ideológicas, aquí y en Pekín -bueno, en Pekín no lo sé-. Han ido cambiando conforme los vientos políticos soplaban de un lado o de otro. Nunca llueve a gusto de todos y parece que poniendo parches en las calles se aguanta mejor el temporal. Las primeras reformas integrales del callejero gaditano iban encaminadas a enriquecer el patrimonio cultural de la ciudad. De ellas, la de 1855 llevada a cabo por el entonces alcalde Adolfo de Castro es quizá la más curiosa y la que más nos debería honrar, porque lejos de intencionalidad política, el nomenclátor de Castro está presidido por un afán turístico muy parecido -en el fondo, no en la forma- a las «tradicionales» rayas de colores -no se preocupe, han desaparecido casi todas. Adelantado a su tiempo, el escritor gaditano pensó que una ciudad abierta al visitante debía tener una constante manifestación de su historia en las calles, desterrando por completo los nombres antiguos -y tradicionales- como Rata, Sucia, Boquete, Culebra, Husillo.nombres que por otra parte, formaban parte de la historia de Cádiz desde que Fray Jerónimo de la Concepción era monaguillo. El nomenclator ilustrado de 1855 llevaba la historia de la ciudad a sus calles, como un museo abierto en el que el visitante siempre aprendía algo y con una lógica que permitía recorrer la ciudad sin miedo a perderse. Así, en las calles cercanas al Real Colegio de Medicina y Cirugía, surgían los nombres de los médicos más destacados de la ciudad, de los que sólo nos queda Virgili y Navas. Cercanas al Museo estaban las calles que recordaban a destacados pintores gaditanos -para muestra, Enrique de las Marinas-, justo en el corazón de la historia de Cádiz aparecían los nombres de los ilustres romanos que conformaron el centro de la vieja Gades, Fabio Rubino, Pomponio Mela, Plocia, Antulo, Troilo. Junto a las murallas, los nombres de almirantes que hicieron grande la bahía, Churruca, Pero Niño (la polémica Corneta Soto Guerrero). También estaban presentes los ecos de la Constitución de 1812, -tan cercanos entonces, tan lejanos ahora- Argüelles, Las Cortes, y la Plaza de la Constitución, aparecían en ese nomenclator con el que Adolfo de Castro quiso adornar las calles de esta ciudad y para las que encargó en La Cartuja de Sevilla unas lozas blancas y azules que todavía son identificables en algunas esquinas -por cierto, nada que ver con el torpe remedo de las que pusieron luego.

Más tarde, sería Fermín Salvochea el que afrontaría una reforma del nomenclátor, ésta vez cargada de ideología que llevó a nuestras calles los nombres de Voltaire, Cabarrús, Descartes o Garibaldi borrando cualquier reminiscencia del santoral. Y con el nuevo siglo, un nuevo cambio, y con la II República, otro y con la Dictadura, otro más y con la llegada de la Democracia, y sume y siga. Porque lo más fácil -y lo más barato- para evidenciar los cambios es dar una manita de pintura y mover los cuadros de sitio.

Es evidente que la Ley de la Memoria Histórica pretende borrar cualquier trazo mal dado de la historia, y esto es bueno. Y es justo. Pero lo que resulta un tanto cómico es que reforzar la caligrafía dejando de lado las normas ortográficas. Es justo que Ramón Power, Mexía Lequerica o Capmany tengan una calle en esta ciudad en la que rubricaron la Constitución de 1812. Y lo lógico es que tuvieran su calle cerca de donde lo hicieron, por aquello de evocar la historia y esas cosas -lo siento, lo de Mexía Lequerica en el Paseo Marítimo ha podido conmigo. Porque una cosa es cumplir la ley, y otra respetar las tradiciones. Y si la barriada de Loreto tiene este nombre -por la patrona de la aviación,- es porque el barrio nació al calor de la Aeronáutica y todas sus calles llevan nombres de aviadores. Vale que desaparezcan nombres como Carlos Haya o García Morato, ¿pero qué sentido tiene sustituirlo por nombres de diputados doceañistas rompiendo así el nomenclátor de la zona? ¿no habría aviadores entre los republicanos? Eso, por no hablar de los Hermanos Ortiz Echagüe , uno de los cuales fundó CASA. Si prospera la propuesta, Juan Polo y Catalina será su nuevo nombre.

El intento de la oposición socialista ha estado bien. Le falta, eso sí, un poco más de apoyo histórico y documental, qué le vamos a hacer. Proponer a Antonio Oliveros, dejando atrás a Manuel José Quintana o a Juan Nicasio Gallego no suena demasiado bien, y dedicar una calle a Frasquita Larrea que es -junto con el Beato Diego- de lo más reaccionario que se ha movido por aquí, pues tampoco. Pero como para estas cosas se inventó la calle de enmedio, les diré una cosa. Quiten del callejero todo lo que tenga malos olores, recuperen a aquellos personajes que más se identifiquen con nuestra ciudad, pero háganlo bien. La historia está escrita, y eso sí que no hace mal a nadie.