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Una provincia en pelota picada

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Entre la lejanía y el olvido, quizá convendrá rendirle alguna vez tributo y memoria a Mariano Baquedano, aquel gobernador civil que no sólo tuvo apellido con premio, también la ocurrencia de desamortizar el nudismo en las playas de la provincia. Hasta entonces los gaditanos sólo podan andar en cueros por las arenas malagueñas y privadas de Costa Natura o refugiarse en los arrecifes de Caños de Meca, antes de que se convirtieran en yacimientos de tardojipis con querencia canina: hasta allí iban los gaditanísimos mirones profesionales a comprobar que las ubres y las pelvis al natural no sólo eran patrimonio de la pintura clásica y de las películas porno.

Transcurrían los años ochenta, la transición, un tiempo fascinante en el que de repente descubrimos que el mundo, el demonio y la carne no sólo constituían un pecado mortal sino también algunos de los principales atributos del libertinaje que, se pusieran como se pusieran los macarras de la moral, era primo de la libertad.

Y si aquel Poncio permitía que el mar rozara libremente la piel de sus usuarios sin meybas, tangas, bañadores con ballenas o bikinis de por medio, los tiempos nuevos que últimamente parecen demasiado antiguos, han traído de la mano un 'vintage' del Ejército de Salvación que no sólo empieza a estar peligrosamente de moda en nuestros cuerpos sino, sobre todo, en nuestras almas. Ayer, el Ayuntamiento de Tarifa levantaba por fin la severa prohibición de que la diversión fuera realmente cien por cien libre, cien por cien como Dios nos trajo al mundo en el paraíso del viento. Así que hoy por hoy, a lo largo de la costa gaditana, tan sólo queda la capital como último reducto de la hoja de parra en las partes pudendas de los bañistas.

A pesar de las denuncias de los naturistas, con el Ayuntamiento de Cádiz, sí. Cualquier día, podría aprobarse una ordenanza que exigiera la vuelta del jersey de cuello vuelto bajo el sol y la arena de nuestro estío. Resulta curioso que liberal en muchas de sus percepciones cotidianas, el Consistorio que preside Teófila Martínez se ponga conservador mirando al mar: la espectacular luminotecnia que luce el Paseo Marítimo, ¿no constituye una maniobra para que las parejitas dejaran de morrearse a orillas de la mar como aquel viejo cantable de María Isabel, coge tu sombre y póntelo?

Cualquier día de éstos, nuestros munícipes decidirán que hay que cortarle un traje chaqueta a medida a las estatuas de Columela y de Balbo El Menor, que la alcaldesa sacó a paseo por un sabio consejo de Fernando Quiñones: no sea que la piel que simula el mármol de nuestros antepasados escandalice a familias pusilánimes y votantes puritanos. Claro que a lo mejor lo que pretende el Partido Popular gaditano es eliminar cualquier estorbo para que la ciudadanía compruebe cómo el PSOE de Cádiz ha quedado prácticamente en pelota picada, después de la última remodelación del Gobierno de Andalucía. Y no es que hayan perdido el recato. Pero han perdido hasta la camisa.