Mary Surratt. / Archivo
estados unidos | historia

El fantasma de Mary Surratt

La nueva cinta de Robert Redford devuelve al primer plano la historia de la única mujer condenada por el asesinato de Lincoln

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El 15 de abril de 1865 era asesinado Abraham Lincoln. Victorioso en la Guerra de Secesión, idolatrado por quienes veían en él una figura de una rectitud moral intachable que actuaba como faro en unos tiempos de confusión, concentraba en su ser todas las iras de una sociedad que le consideraba el mayor tirano que había pisado aquellas tierras. Había liberado a los esclavos, demoliendo el sistema que había permitido llevar una vida despreocupada a los terratenientes sureños mientras miles de hombres y mujeres sufrían los más terribles padecimientos por mor de su color de piel.

Un actor, John Wilkes Booth, le disparó en la cabeza con su pistola Deringer mientras asistía a una representación en el Teatro Ford. Tras perpetrar el magnicidio, Booth gritó "Sic semper tyrannis!" ("¡Así siempre a los tiranos!"), saltó desde el balcón en el que agonizaba el presidente hasta el escenario -acción en la que se lesionó en una pierna- y, cojeando, alcanzó su caballo para emprender la huída. Horas después del atentado, la vida de Lincoln expiraba.

Las autoridades emprendieron una afanosa persecución. Booth fue finalmente descubierto y un soldado se tomó cumplida venganza. No tendría un juicio, pero sí lo habría para varios de quienes le habían ayudado a cometer el crimen. Booth no era un loco solitario, sino la cabeza ejecutora de un complot con el que se buscaba subvertir el resultado de la guerra y cambiar el devenir de la Historia. Muchos de sus cómplices acabarían siendo apresados, protagonizando un proceso sobre el que ahora vuelve su mirada Robert Redford en 'La conspiración', un filme que acaba de estrenarse en España y que devuelve al primer plano la figura de la primera mujer que fue ejecutada por la justicia federal, Mary Surratt.

Robin Wright es la encargada de poner rostro en la pantalla a esta propietaria de la pensión en la que se reunieron varios de los confabulados y que acabó siendo ahorcada el 7 de julio de 1865. Una semana antes había sido declarada culpable por un tribunal militar. De nada valieron las peticiones de clemencia. El nuevo presidente, Andrew Johnson, firmó la orden de ejecución. A partir de entonces, la determinación del papel exacto que jugó en la conspiración estaría en manos de los historiadores. Y lo cierto es que no se ponen de acuerdo.

La pensión

Surratt era la madre de uno de los compinches de Booth, John Surratt, Jr. Este era uno de los tres hijos que habían nacido fruto de la unión de Mary con John Harrison Surratt. El matrimonio no le había aportado felicidad. La afición de su marido al alcohol y al juego le había ocasionado innumerables sufrimientos. Habían conseguido ahorrar lo suficiente para comprar una pequeña propiedad cerca de Washington D.C. en la que cultivaban tabaco. Completaban sus ingresos con lo que sacaban regentando una pequeña tienda que servía también como taberna y pensión. Era el lugar perfecto para que los simpatizantes de la causa secesionista clamasen contra la Unión. La guerra había estallado y aunque Maryland, el estado en el que residía la familia Surratt, formaba parte del territorio controlado por Washington, era un hervidero de leales a los confederados.

Mientras los ejércitos luchaban en los campos de batalla, el patriarca de la familia Surratt moría, dejando a su mujer una herencia de deudas que ella debía saldar. Su hijo, por su parte, desarrollaba labores de espionaje para los confederados. Fue entonces cuando conoció a John Wilkes Booth, quien se convertiría en un asiduo de la pensión Surratt.

Booth andaba obsesionado con la idea de quitar de en medio a Lincoln, algo que se hizo perentorio después de que el 9 de abril de 1865 el general Robert E. Lee se rindiese en Appomattox ante Ulysses S. Grant, el hombre que había conducido a la victoria al ejército de la Unión. Washington estalló de júbilo mientras la desolación cundía entre los rebeldes. El plan urdido por Booth y sus compinches debía ser ejecutado de inmediato. Tenían que acabar con Lincoln y con las principales figuras de su gobierno. Llevaban meses planeándolo y la pensión de Mary estaba en el centro de la conspiración. Les salió mal. Cierto que acabaron con Lincoln, pero la Unión no se vino abajo. Booth se cobró su pieza, y pagó con su vida por ello. Lewis Powell fracasó. Tenía que asesinar al secretario de Estado, William H. Seward, pero solo pudo herirle. Huyó a caballo y acabó dando con sus huesos en la casa de Mary Surratt justo cuando esta estaba siendo interrogada por la policía. Ambos fueron arrestados. Días después era atrapado George Atzerodt, quien inicialmente debía haber liquidado al vicepresidente Johnson. Muchos otros fueron detenidos esos días. Gran parte de ellos serían exonerados.

Tribunal militar

Finalmente quedarían ocho sospechosos: Samuel Arnold, George Atzerodt, David Herold, Samuel Mudd, Michael O'Laughlen, Lewis Powell, Edmund Spangler y Mary Surratt. Un tribunal militar se encargaría de juzgarles en medio de una enorme controversia. Altas figuras se opondrían, alegando que el caso debía ser visto por una corte civil. No se les hizo caso. El 9 de mayo de 1865 se inició el proceso, con un jurado compuesto íntegramente por militares. El 30 de junio se emitía el veredicto. Culpables en todos los casos. Pero solo cuatro de ellos irían a la horca: Powell, Herold, Atzerodt y Surratt. Fueron colgados el 7 de julio.

A Surratt la habían perjudicado irremediablemente las declaraciones de dos testigos, Louis Weichmann y John Lloyd, que informaron de los encuentros de Mary con John Wilkes Booth, a quien ella habría dado varios paquetes. Unas evidencias endebles y un proceso sin las debidas garantías acabaron con su vida. Sus restos reposan en el cementerio de Monte Oliveti, en Washington D.C, bajo una austera lápida. Cerca están los de dos de sus hijos, Isaac y Anna. El tercero, John, que huyó tras el magnicidio, acabó siendo llevado también a juicio, siendo absuelto. Proclamó la inocencia de su madre, pero para entonces ya era tarde. ¿Fue culpable de lo que se le acusó? Imposible determinarlo. Lo que parece claro es que el juicio por el que debió pasar distó mucho de ser justo.