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El genio de Antoñito

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No tengo dudas de que en mi equipo Antoñito jugaría siempre de titular. Es genial, desequilibrante, mágico, brillante, talentoso y artista. En un gesto, con un detalle, te puede resolver un partido, como ocurrió el domingo ante el Villarreal, gracias en parte a la manita que nos echó el colegiado, que ya era hora. Siempre me han gustado este tipo de jugadores. Crecí disfrutando con Eloy en el viejo Domecq, pasé mi adolescencia deleitándome en Chapín con la magia de otro «once» de lujo, Dante Sanabria, y ahora, entre la juventud y la madurez, saboreo cada detalle del que llaman el «Romario del Polígono San Pablo». Porque no vale mirar para otro lado y negar que a lo largo de su ya dilatada carrera profesional, el sevillano casi nunca ha sido titular indiscutible para ninguno de sus técnicos. Después de salirse con el filial sevillista en Tercera y despuntar en su primera cesión en el Recre, apenas tuvo acomodo en el once inicial del Sevilla de Joaquín Caparrós. Sí tuvo algo más de continuidad en Santander. De nuevo a las órdenes de Alcaraz, esta vez en Murcia, Antoñito salió pocas veces de inicio. Ya en el Xerez, nunca fue fijo ni con Rondán primero, ni con Casuco después, ni siquiera con el mismísimo Esteban Vigo. Ahora, con Ziganda, ocurre otro tanto de lo mismo. La titularidad de Antoñito se impone como cuestión de Estado en nuestra patria chica. Pero, aunque el genio nos ciegue de vez en cuando con su indiscutible arte, para los que entienden de verdad de esto -o al menos deberían- debe haber secretos inconfesables que se nos deben escapar al resto de los mortales. Supongo que, como a muchos artistas, al sevillano le sobrará de magia lo que le falta de trabajo y de entrega en el campo. Y ahí, amigo, me callo y me refugio en la sabiduría de Oscar Wilde, quien dijo: «Ningún gran artista ve las cosas como son en realidad; si lo hiciera, dejaría de ser artista».