Editorial

Sumario de corrupción

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El levantamiento del secreto del sumario en el caso Gürtel ha venido a confirmar el relato que, a lo largo de los últimos meses, se ha filtrado a través de la prensa, añadiendo además nuevos detalles sobre la peripecia de unos supuestos empresarios que, según todos los indicios, desarrollaron un plan de marketing infalible gracias al apetito de algunos responsables públicos y a la ingenuidad o la permisividad de otros. A estas alturas resulta ridículo que se apele a la presunción de inocencia para poner en cuestión la existencia misma de la trama, desmantelada y sometida a procedimiento judicial. Ni siquiera el argumento de que son otros los temas que preocupan a la ciudadanía, esgrimido ayer mismo por Mariano Rajoy en su visita a los pueblos colindantes a la central de Garoña, sirve para eludir el problema que afecta de lleno al PP, y no sólo en la Comunidad Valenciana. Es posible que buena parte de la opinión pública siga con cierta indiferencia el desarrollo del caso Gürtel, justificándola además con el recurrente argumento de que todos los políticos son iguales. Como es probable que las personas que han depositado su confianza en los populares sientan la necesidad de mirar hacia otro lado, bien por una determinada manera de entender la lealtad hacia las siglas propias, bien por vergüenza. Pero si este último año ha revelado la extraordinaria dificultad que los partidos políticos españoles tienen para admitir la verdad de las cosas, sean éstas de la naturaleza que sean, el insistente recurso al silencio, a la vaguedad, a la pose de vana exigencia o a la profusión de frases enigmáticas por parte de los distintos responsables del PP puede acabar constituyendo su expresión extrema.

Es cierto que los indicios fehacientes de corrupción actúan respecto a la política de forma lenta, dando la impresión de que no afectan a la credibilidad de aquellos que se ven concernidos por las denuncias. Pero a medida que las evidencias van acumulándose, los diques de contención partidaria acaban cediendo, provocando consecuencias. La teoría de que los responsables públicos repercutidos vienen administrando con visión estratégica los tiempos y los emplazamientos a que se ven abocados por esta crisis no constituye más que el reflejo de una afectada admiración por la sabiduría política de quienes habrían permitido, o propiciado, el escandaloso lucro de personajes propios de un vodevil, gracias al atractivo que sus obsequios y comisiones han suscitado, según las investigaciones, en un grupo de cargos supuestamente corruptibles. Los tribunales fijarán las culpabilidades. Pero la descripción de hechos al que ha accedido la opinión pública resulta tan ilustrativa de lo que es una trama de corrupción con extensas ramificaciones que será mejor, por el bien de la democracia y de sus propias aspiraciones como formación política, que Mariano Rajoy y la dirección del PP den señales de cortar drásticamente con semejante podredumbre.