Sociedad

El virus del miedo

La vida cotidiana en México durante la cuarentena es un paradigma de cómo podrían estar obligadas a comportarse otras naciones si se ven afectadas por la pandemia

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«No quedan clientes ni para los mariachis», se lamentaba el viernes, Primero de Mayo, un hombre en la famosa plaza Garibaldi, cuna y casa de los típicos charros cantores, ahora desoladamente vacía. Tiene razón. Éste no es el Distrito Federal que conocí. Los atascos y el tráfico endiablado a todas horas son cosa de un pasado reciente, la vida nocturna no existe, restaurantes, bares y cines echan la persiana, desaparecen los puestos callejeros y los centros comerciales -siempre a rebosar de jóvenes, familias, novios y abuelos que van al cine, a comer o a pasear- apenas tienen clientela. Todo por culpa del A/H1N1, una nueva combinación de virus humano, porcino y aviar. Ya no hay pánico, pero sí temor al contagio.

Tampoco hay conciertos ni representaciones teatrales, y destinos turísticos y de compras como la plaza del Zócalo y calles aledañas están semivacías. Ni siquiera hay turistas despistados ante las ruinas del templo mayor, a un costado de la imponente catedral.

Como no hay mal que por bien no venga, las denuncias por delitos han caído un 45%. «Los de alto impacto, como robos con violencia, homicidios, violaciones o secuestros, de los que se producían entre 150 y 170 al día, han caído a 111», revela el procurador Miguel Mancera. En la misma tónica, la Policía realiza un 32% menos de detenciones. «Estos días han estado como muy tranquilos, en las calles casi no hay gente, aunque los ladrones nada más están esperando a quién le hacen la maldad. Por eso seguimos trabajando con el mismo personal», señala un comandante.

Los accidentes viales, en cambio, se han disparado. 75 automovilistas -¡cinco veces por encima de lo habitual!- murieron entre el 24 y el 29 de abril en la capital federal; y es que los conductores aceleran a fondo en las calles y vías rápidas que la gripe mantiene casi vacías.

Donde no hay descanso es en los hospitales -son recurrentes las quejas por falta de medios-, a los que acuden por miles los ciudadanos temerosos de haber contraído la enfermedad. Oficialmente se han investigado 776 casos sospechosos, de los que 397 dieron positivo a la influenza humana y 16 murieron.

«Llevé a mi hija de cinco años al hospital porque tenía calentura. Le hicieron la prueba y no era el virus», se alivia Margarita, una empleada doméstica que se pone mascarilla y guantes para tomar el metro, donde pasa tres horas al día, como gran parte de los cinco millones de pasajeros diarios -ahora son muchos menos-. Y se han registrado algunas denuncias a médicos que cobran por una atención que debía ser gratuita.

Baile de cifras

No ayuda a disipar el temor el baile de cifras a que se han entregado desde el primer momento los responsables sanitarios del país. Las discrepancias son evidentes al cotejar las cifras que ofrece el Gobierno federal del conservador Felipe Calderón y las de los distintos Estados. Y muchos se preguntan: ¿cómo es posible que en un país de más de 100 millones de habitantes, cuya capital aglutina en su zona metropolitana a veinte millones de almas, apenas se den un puñado de casos, si el virus es tan contagioso que muchos turistas resultan infectados? La respuesta es simple: no es posible. En México, más de 27 millones de trabajadores (el 63% de la población ocupada) no tiene acceso a la seguridad social, y así es inviable que las autoridades puedan controlar quién está enfermo y de qué.

Los muertos

«¿Son 16 muertos o 176?», pregunta enfadado un contertulio en un corro formado en la acera. No obtiene respuesta. La doctora Ana Flisser, investigadora de Infectología de la Universidad Autónoma -cerrada, como el resto de las escuelas e instituciones educativas, por lo menos hasta el próximo miércoles- sostiene que la «incongruencia en las cifras» tiene una «justificación y una explicación biológica». Al principio, dice, no se tomaron muestras de los pacientes, después se enviaron a EE UU y Canadá para su estudio, porque el país no tenía laboratorios preparados para trabajar con la cepa desconocida. En una semana, el Ministerio de Salud habilitó uno y pronto tendrá seis, que podrán analizar 500 muestras diarias. Entonces, los casos confirmados irán en aumento. «Afortunadamente, el virus no es tan agresivo y tenemos datos muy alentadores», acotó Cordova.

Sus explicaciones no suenan muy convincentes. Hay quien critica que las autoridades no tomaran medidas cuando en marzo saltó un brote en La Gloria, municipio del estado de Veracruz, y 300 personas enfermaron a la vez.

Complots y rechazo

Aunque las duras medidas decretadas parecen haber dado el resultado esperado, contener los contagios, la población tiene muchas dudas sobre la auténtica gravedad de la situación. «No es verdad, no pasa nada, es cosa del Gobierno», comenta Cintia, vendedora de flores, cuando le pregunto por qué no lleva el cubrebocas.

Un joven que se protege con un pañuelo -«como los cuatreros», bromea- da por buena una interpretación del diario Milenio destacando que la empresa que suministra los antivirales tiene entre sus accionistas a Donald Rumsfeld, ex secretario de Defensa de EEUU. «El mexicano, cuando le duele la cabeza, toma aspirina de la Bayer. Por eso creo que es un complot», sentencia.

Las versiones sobre el origen de la crisis son variopintas, pero lo que más indigna al orgullo patrio es que en los primeros días se la tratara de bautizar como gripe mexicana. «No hay derecho. Nosotros hemos sido las víctimas, porque surgió en California», dice Paco García, un empresario autónomo que asegura conocer cómo las gastan en el país vecino: vivió nueve años como ilegal en Estados Unidos antes de ser deportado.

«No se vale. Ahora a los mexicanos no nos quieren en ningún sitio... Claro, si fuéramos monedita de oro...», sostiene irritado Manuel López, un limpiabotas de Polanco. El sentimiento de rechazo es generalizado. El turismo, o no viene, o se va aceleradamente. Y varios países han endurecido sus normas frente a los vuelos mexicanos.

Sea como fuera, esta periodista esperaba mayor control al abordar el aparato de Mexicana de Aviación en La Habana. Sólo una azafata llevaba mascarilla. Tampoco al llegar a destino se alertó al pasaje sobre los riesgos ni se notaban medidas especiales de control en el aeropuerto. En las pocas oficinas y tiendas que permanecían abiertas antes del 'macropuente' decretado por el presidente Calderón para que la población pase la cuarentena encerrada en casa, eran muchos los empleados, dependientes de tiendas y agentes que no llevaban ni guantes ni mascarillas. «Con el apuro se me quedó en casa. pues ni modo», se encoge de hombros una dependienta.

Una ciudad sin niños

Lo cierto es que México entero lleva más de una semana centrado en una sola noticia: la nueva gripe. Primero la llamaron porcina, pero la secretaria de Agricultura descartó el peligro de comer carne de esos animales, cuya inocencia ahora se reclama. Dos diputados dieron ejemplo: con los restaurantes cerrados -donde es habitual reunirse para desayunar, comer o cenar- se llevaron los tacos de cerdo al hemiciclo parlamentario, donde dieron buena cuenta de ellos.