ESTRENO. La Compañía Nacional de Teatro Clásico puso ayer en escena 'La comedia nueva'. / M. GÓMEZ
Cultura

La batalla del teatro

El hispanista René Andioc y tres prestigiosos directores de escena analizan en la UCA la influencia de la dramaturgia ilustrada en la actualidad

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El teatro español, a finales del XVIII y principios del XIX, fue escenario de una intensa batalla que iba mucho más allá del debate artístico o estético. Tradición y modernidad, enfrentadas como nunca, asaltaron la escena para defender preceptos políticos y morales completamente opuestos. Los creadores se vieron impelidos a posicionarse.

En el contexto de una grave situación política -prácticamente una guerra civil solapada-, surgió un teatro de urgencia que hay que entender como un instrumento de adoctrinamiento patriótico y de exaltación nacionalista. Algunos visionarios entendieron entonces el papel del teatro como un instrumento muy útil para la educación ciudadana: los dramaturgos ilustrados y especialmente Leandro Fernández de Moratín se reivindicaron como como autores modélicos, en cuanto a la defensa de un teatro atento al análisis crítico de las costumbres contemporáneas españolas.

El Congreso Internacional Teatro Ilustrado y Modernidad escénica, que arrancó ayer en la facultad de Filosofía y Letras, tiene como objetivo prioritario establecer una reflexión sobre lo que significó entonces «la batalla del teatro», y también lo que representó después en la historia de la cultura española en diferentes momentos y hasta el presente.

La lección inaugural corrió a cargo de René Andioc, catedrático de la Université de Perpignan. Presentado por José Carlos Mainer, que destacó su dedicación absoluta al teatro dieciochista, su valor como experto en la escena española del siglo XVIII y como editor de un completo epistolario y de varias obras de teatro de Moratín, Andioc dibujó un completo fresco de la época, para que los asistentes pudieran entender el «verdadero carácter revolucionario de obras como La comedia nueva».

Los clásicos modernos

El hispanista insistió en que la escena española, o bien estaba dirigida por estamentos preocupados por mantener el status quo, o bien tenía una vocación absolutamente populista. «Entregadas por completo al gusto del público, que nadie había educado, las obras eran algo muy parecido a la telebasura actual», explicó Andioc.

Posteriormente, algunos de los directores de escena más prestigiosos del panorama actual, junto con los catedráticos Antonio Tordera y Anxo Abuín, compartieron en una mesa redonda sus opiniones sobre cómo abordar a los clásicos en pleno siglo XXI.

Ernesto Caballero (en Cádiz con La comedia nueva), analizó el conflicto permanente entre «la actualización de los textos y el respeto absoluto al original». El director citó a Ortega para justificar la vuelta constante a las obras clásicas «porque nuestra obsesión por el pasado no es más que preocupación por el futuro». Caballero entiende que hay que aproximarse a los grandes nombres del teatro clásico con una mirada pendular, de manera que cada propuesta pretenda llevar a cabo una crítica radical de una obra emblemática de la literatura dramática desde un lugar privilegiado: la práctica artística. «Y así, este diálogo escénico con el pasado nos lleva inevitablemente a interrogarnos sobre distintos aspectos del ideario ilustrado, movimiento que preconizaba la emancipación social desde unos postulados de progreso que la burguesía emergente demandaba», comentó Caballero.

Antonio Tordera defendió la labor de las compañías públicas para enfrentarse a la «tentación permanente del teatro comercial», y animó a los responsables de las adaptaciones a «establecer las correspondencias, a traducir la intención de las piezas para que pueda entenderlas el público actual, aunque sin traicionar su sentido».

Manuel Canseco fue más ro-tundo si cabe en sus planteamientos. «Los clásicos no existen, al menos no como un cajón de sastre de obras y autores en el que cabe todo», declaró. «Si el teatro es comunicación, habrá que cambiar las claves que conectan con el espectador, porque son sólo obras, ni más ni menos que obras», recalcó.

Como ejemplo de que «no se trata de perderles el respeto, si no de ser realistas», Canseco expuso su propio caso. «Yo gané el Tirso de Molina con una pieza escrita tres años antes, que se representó tres años después, y cuando la vi sobre el escenario, ya estaba ligeramente desfasada».

Curiosamente, el supuesto primer acto acabó siendo el tercero, y las autoridades inauguraron el congreso tras la ponencia de Andioc y la mesa redonda sobre Puesta en escena clásica y modernidad. dperez@lavozdigital.es