EL TENDEDERO

Hurricane

Aprendía inglés en el instituto traduciendo canciones de Bob Dylan. Ya ha llovido desde entonces y nunca imaginaría por aquellos años que el mítico cantante de Minnesota fuese a dar un concierto en Jerez.

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Allí estábamos treinta años más tarde, viendo a un Bob enjuto y talludito, por cuya voz arrastrada parece que no pasen los años. Me encantó del concierto, además de la música en directo de un mito viviente, los re-encuentros, el tener la oportunidad de ver a amigos y amigas, viejos conocidos.

Imaginé por un momento una especie de viaje al pasado, como si por un par de horas descumpliésemos años de una manera vertiginosa. Una confrontación con nosotros mismos, con lo que fuimos, lo que quisimos ser y lo que finalmente somos. Ver cómo nos ha tratado el tiempo, cómo hemos envejecido, mejor dicho, como han envejecido los y las demás porque una siempre se ve estupenda, por aquello de la autoestima alta y que ya me faltan las dos abuelas. Perdón por la vanidad. Aunque es verdad que había mucha gente joven, y muchos no acompañados de, sino acompañando a sus padres y madres, dos generaciones unidas por la música.

El del martes en Jerez fue un concierto sin concesiones, nada más que música. Un escenario austero, como su cara y su expresión, ni una palabra de más, casi ni una palabra, ni una nota de menos. Un bis cuyo mejor regalo fue una memorable Like a Rolling Stone, que supo a poco a los más nostálgicos. Fiel a sí mismo, quienes escuchábamos deseosos de canturrear una de sus míticas composiciones nos quedamos con las ganas; sobre el escenario el Dylan más actual y más sobrio. Abajo del escenario los mecheros convertidos en pantallas de móviles.

Al final, agradecidos y con un sabor agridulce, nostálgicos de tiempos pasados, nos marchamos al encuentro de nuestra realidad. El verano sigue, la vida sigue seguro que nos volvemos a ver en otro concierto.