Cayetano por la puerta grande de la calle Xativa. / EFE
Cultura

Clamor y dos orejas para Cayetano en Fallas

El matador puso la pasión y logró expresarse ante dos grandes toros de El Capea

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La corrida de los dos hierros de Pedro Capea fue abundante y pareja. Una corrida astifina, bien armada, impecable. Muchas cosas en común tuvieron los seis toros. No sólo el escaparate, que ya es un punto. Fue, sobre todo, el fondo, que es lo que hace fiable a un ganadero. No toros de galopar.

Echaron humo los dos últimos. Los dos mejores, los más completos. Talavante no se avino con el quinto, que se le acabó perdiendo a mitad de embroque porque de repente desaparecía el torero. Como ni no estuviera, y no estuvo. Al sexto le cortó las orejas Cayetano. Primero, Cayetano hizo el gasto con un tercero de corrida de rara conducta. Elástico, pronto, de vivo empleo constante y mucho motor, pero al borde de la rajada. A su querencia de tablas se iba casi al galope, y templado galope, pero no a esconderse en ellas. Da la impresión de que siempre va a ser un torero nuevo. Sin más técnica que la de los cuatro palotes de la tauromaquia. La falta de técnica es, se supone, una renuncio intencionado y sobre ese renuncio aparece un torero vulnerable y frágil, pero de seguro encaje, firme de planta, fuera el pecho, cuello erguido, el pecho adelante, sueltos los brazos, o soltados desde el codo al puño. Un torero valeroso.

Al toro de los arreones lo toreó a compás con el capote, con los brazos bien sacados y los pies inmóviles en cada embroque. Antes de que el toro empezara a campar por libre, y en la apertura de faena, Cayetano le pegó una tanda de muletazos de mano baja, improvisados, embraguetados y encajados, revueltos y dibujadísimos. El corazón por delante, el pecho entero, arriba el gesto, la muleta a media altura pero sin taparse todo, y un preciso toque en la reunión, que no obligaba al toro pero lo libraba lo suficiente. Eso es también templarse. De haber cortado a tiempo, la faena no habría perdido su golpe de genio.

A cámara lenta

Al toro de las dos orejas salió a saludarlo de capa precipitadamente. El toro protestó en principio. Por frío. Se descalzó Cayetano y, descalzo, vino a torear con calma y tiento en dos tandas en redondo de muy buen compás, pero irregular ritmo. La fuerza del toro, venido arriba, fue parte del ritmo tan intenso. Con la izquierda no hubo acuerdo entre las partes. Optó por quedarse en tablas y dibujar en ellas una última tanda con la derecha de las de crujir, con uno de pecho fantástico. Luego, a cámara lenta, una estocada por el hoyo de las agujas.

Talavante pasó en blanco con el segundo, que venía al paso y sin venir del todo. Y se quedó sin gasolina para atreverse de verdad con el quinto. Todo oficio, seguro de sí mismo, El Capea se entendió sin problemas con toros criados por él y de su mano. Pulcro, despacioso con el primero, que se rebrincaba un poquito y exigía trato suave. Y firme y poderoso con el cuarto, que fue más toro que ninguno. Grave el defecto de quedarse al hilo del pitón cuando ese mismo toro le empezó a invitar a meterse más.