Editorial

ETA no deja margen

La entrevista publicada ayer en Gara con dos dirigentes de ETA encapuchados reproduce una intolerable retórica que sólo busca encontrar justificaciones inexistentes para la perpetuación de la violencia totalitaria y reafirmar su siniestra tutela sobre el conjunto de la izquierda abertzale. Pero las delirantes manifestaciones de los portavoces etarras, que se permiten esta vez hasta trivializar la tragedia de los Balcanes para reivindicar una secesión equiparable a la de Kosovo, no puede llevar a minusvalorar, con desganado desdén o expresiones rutinarias de repulsa, un discurso que no resulta inocuo en ningún caso. La cínica crueldad con que los terroristas apelan a los militantes socialistas, a fin de que reflexionen sobre «las consecuencias que acarrean para todos» las actuaciones del Estado de Derecho, constituye una amenaza tan nítida que ha de ser inmediatamente combatida con un mensaje unánime de solidaridad y coraje democrático. De la misma manera, la sombra de coacción que tiende la banda sobre las obras del Tren de Alta Velocidad obliga a las instituciones concernidas a reafirmarse en que no retrocederán en el impulso a un proyecto clave para Euskadi, pero también para la vertebración del Estado. Las nuevas amenazas vertidas por ETA reflejan la banalidad que comporta pretender hacer política como si la persistencia del terrorismo no significara un drama insoslayable para todos los vascos.

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Su desprecio hacia el nuevo proyecto soberanista del lehendakari Ibarretxe, pero sobre todo su anuncio de que se abren «largos años de conflicto» tras frustrarse el mal llamado proceso de paz, reflejan la pétrea inmovilidad de los terroristas, así como la inutilidad de mantener vivas las expectativas sobre un futuro nuevo diálogo mientras aquellos no den pruebas fehacientes de querer abandonar las armas.

La evocación que realiza ETA de los fallidos contactos mantenidos con los tres últimos gobiernos no supone, como pretende hacer creer, la constatación del presunto triunfo de su resistencia revolucionaria, sino que únicamente radiografía la historia de su propio fracaso. El deleznable matonismo que destila la entrevista no permite otro camino que el de perseverar con toda la convicción en los mecanismos policiales, judiciales y políticos para procurar el fin del terror y la marginación de quienes aún lo sostienen.