Editorial

Aniversario Real

La conmemoración ayer del 70º cumpleaños de don Juan Carlos ha adquirido un realce que no puede desligarse de las especiales incidencias que han rodeado al monarca y la institución que representa en los últimos meses. Cabe imaginar que este aniversario, que coincide con sus 32 años de Reinado, habrá supuesto un acontecimiento personal particularmente emotivo para el soberano, cuya figura se ha visto sometida al reproche combinado de una minoría de exaltados antimonárquicos y de aquellos que, bajo una categórica defensa de la Corona, aspiran sibilinamente a debilitar su vigencia y funcionalidad a ojos de la ciudadanía.

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El protagonismo más explícito asumido en sus facultades representativas, simplificado en su reconvención al presidente de Venezuela, parece evidenciar una voluntad por parte del Rey de contrarrestar con su carisma y su ejecutoria institucional el eventual efecto de los desaires recibidos. Sin embargo, la fotografía de sus 70 años de vida, así como de las tres décadas al frente de la jefatura del Estado, demuestra que el monarca ha atravesado trances más complejos y delicados que los que dibujan su supuesto annus horribilis.

Las encuestas siguen evidenciando tanto la identificación mayoritaria de la ciudadanía con quien ostenta la Corona, como el reconocimiento de su responsabilidad esencial en la consolidación de la democracia y el valor de su labor de arbitraje tasada en la Constitución. Esa elogiable determinación del Rey de no interferir en la pugna partidaria no se ha visto correspondida, sin embargo, ni por la torticera insistencia de algunos para que lo haga, ni por el desmedido sentido de la descalificación exhibido por otros. Nuestro sistema de libertades ampara el derecho a la crítica, así como la posibilidad de reivindicar un modelo de Estado diferente al de la monarquía parlamentaria consagrado por la legalidad constitucional.

Pero quien ejerce esa prerrogativa ha de admitir también que el respeto a la democracia incluye inexcusablemente el respeto hacia la institución monárquica, aunque se disienta de ella. Y la ciudadanía ha de ser consciente de que el cuestionamiento irresponsable y frívolo de la Corona no repercute exclusivamente en quienes la integran, sino que desprecia los logros colectivos de libertad y progreso tratando de socavar el consenso que tanto costó trabar hace tres décadas.