Sociedad

El aristócrata de la moda La infanta más Borbón

Siempre pendiente de las últimas tendencias, Marichalar ha cultivado su imagen de dandy El rostro más cercano de la Familia Real es el de una profesora de inglés que soñó con ser bailarina

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Elena María Isabel Dominica de Silos de Borbón y Grecia colgó las zapatillas cuando cumplió los dieciocho. Su destino no estaba escrito en el Royal Ballet con el que tanto ha soñado, sino en la Casa Real Española a la que empezó a representar poco después, tras recibir la Banda de Dama de la Orden de Isabel la Católica. Cuarta en la sucesión a la Corona, la infanta -licenciada en Pedagogía- es de lunes a viernes una profesora de inglés, con la cara lavada y el pelo trenzado en su patentado recogido, de una guardería madrileña de la que es socia. Cuando el deber llama, se enfunda un impresionante lacroix y demuestra que la naturalidad es la mejor aliada de la elegancia.

Luego llega la Elena madre -de Felipe Juan Froilán y Victoria Federica-, tenaz y detallista. «Siempre pregunta por los niños. Es atenta y simpática. Es, en una palabra, Borbón; la más Borbón de todos», resumía anoche un familiar. Incluso el pasado verano, uno de los más duros para la Elena esposa que remataba los flecos de su separación con Jaime de Marichalar. Cuentan personas que compartieron las vacaciones reales que el duque de Lugo aparecía por Marivent «justo para las fotos. La cosa estaba ya muy mal».

Pero si hay una palabra que define a esta mujer de ruidosas carcajadas reñidas con la fotogenia es la sorpresa que logra arrancar cuando aparece en público. A ninguno de sus hermanos se le ha visto llorar con ganas. Ella lo hizo a raudales cuando vio desfilar al Príncipe de Asturias de abanderado de España en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Tampoco es fácil que un miembro de la Casa Real se olvide del protocolo. Elena lo hizo en el altar de la catedral de Sevilla, cuando no pidió la venia a don Juan Carlos antes de dar el 'sí quiero'. Padre e hija, muy unidos, salvaron el lapsus con la naturalidad que comparten. Fue un rutilante 18 de marzo de 1995. La primogénita de los Reyes brilló en una calesa y el papel couché descubrió al nuevo icono de la elegancia made in Spain.

Caballos y toros

Sus dos primeros años de casada en París y la devoción de Marichalar por la alta costura la han elevado a los primeros puestos de las listas de las mujeres más sofisticadas. Eligió la boda de doña Cristina para demostrar su nuevo estilo. Vistió un memorable traje rosa de Lacroix. Desde entonces, ha reafirmado su elegancia en cada aparición pública. Fan del bolso acolchado de Chanel, ha convertido en sus fetiches los echarpes de seda para actos fuera de Palacio, como las corridas de toros. Lo mismo se atreve con estampados para las galas, que con los modelos sobrios cuando participa en los numerosos organismos que preside, como la Fundación Anti-Sida o el Comité Paralímpico Español.

Su mayor afición deportiva es la hípica, para la que está especialmente dotada. A sus 44 años, su agenda apenas le permite competir en circuitos de la categoría B, regatear a vela y esquiar en navidades. Para sus zapatillas de ballet no hay un solo hueco. La infanta más Borbón, que soñó con ser bailarina en una academia madrileña que se cerraba para ella, salda esta deuda acudiendo a todos los espectáculos que puede. Madrina de la compañía de Ángel Corella, el bailarín le acaba de pedir que interceda ante sus padres para convertirla en el Real Ballet de España. Jaime de Marichalar puede decir que la vida le ha dado un vuelco en más de una ocasión. La primera, fue hace veinte años, cuando era un joven moreno, alto y de aspecto aristocrático que trabajaba en un banco en París. Allí conoció a la hija de un Rey y surgió un amor que no se hizo público hasta bastante después, en 1993, cuando fueron cazados por primera vez. Viendo aquellas fotos, parecía el típico chico formal, casi gris, de clásico traje y seria sonrisa. Nada hacía presagiar que pronto se revelaría como una fashion victim con pantalones de flores, que se pasearía en patinete eléctrico por las calles de Madrid y que manejaría con destreza y en público el abanico. La segunda vez que a Marichalar le cambió la vida fue en diciembre de 2001, cuando, con sólo 38 años, sufrió un ictus.

Nació en Pamplona el 7 de abril de 1963 de una familia soriana ligada por antiguos lazos a la monarquía española. Era el cuarto hijo de Amalio de Marichalar y Bruguera, conde de Ripalda, y de María Concepción Sáenz de Tejada y Fernández de Bobadilla. Aprendió a leer con los jesuitas en Burgos, y más tarde ingresó en el colegio San Estanislao de Kotska, en Madrid. «Siempre tenía muy buenas notas», decían sus compañeros. Al terminar BUP, marchó a Dublín a perfeccionar su inglés. Sus estudios de economía -está especializado en gestión de empresa y marketing- lo llevaron en 1986 a París para realizar prácticas financieras. Allí vivía como cualquier otro joven, incluso cuando conoció a la que iba a ser su esposa. Pasaron años hasta que se convirtió en el objetivo de las cámaras de los paparazzi; entonces se vio obligado a consumir sus días de labor en el trabajo, mientras los fines de semana se refugiaba en casa de algún conocido.

Asesor de 'shopping'

Sus amigas decían que era la mejor compañía para asesorarlas cuando iban de compras. A él le atribuyen el cambio de estilo de la Infanta que la aupó a los primeros puestos entre las más elegantes de España. Y se le ha visto con o sin su mujer en muchos desfiles de moda; no en vano es consejero de Loewe y dirige la tienda de Manolo Blahnik en Madrid, además de presidir la Fundación Winterthur y ser consejero de Cementos Portland.

Pocas ocasiones ha tenido para darse a conocer a los españoles, más acostumbrados a oír hablar a su hermano Álvaro de sus hazañas en moto acuática. La noche del 17 de julio de 1998, tres años después de su boda, le tocó a Jaime ser protagonista; fue con motivo del nacimiento de su primogénito, Froilán, cuando se ganó la simpatía de los periodistas que esperaban en la puerta de la clínica. Impecablemente vestido y peinado a las cuatro de la madrugada, reconoció: «Han sido tantas horas de espera que he llegado a pasar miedo. Es el niño más guapo. Es bastante grande, como sus padres, y es idéntico a su madre, gracias a Dios para él».

La víspera de la Nochebuena de 2001, pedaleaba en la bicicleta de un gimnasio de Madrid cuando sufrió un infarto cerebral que le paralizó medio cuerpo y le apartó durante tres meses; después pasó otros once en Estados Unidos completando su rehabilitación. Dicen que la rapidez con la que dejó atrás esta crisis le hizo ganarse cierta fama de luchador, que no ha llegado a eclipsar su imagen de dandy.