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El viaje y sus expectativas

TEÓLOGO Actualizado: Guardar
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Parece que el Papa ha tenido un interés muy particular en realizar el viaje a España de este fin de semana. Y es que encaja perfectamente con su estilo personal y con sus prioridades pastorales. En menos de dos días va a peregrinar a Santiago de Compostela y a consagrar en Barcelona el Templo de la Sagrada Familia, obra genial de Gaudí. Naturalmente habrá concentraciones notables de gente, pero no se buscan movilizaciones masivas, como en el Encuentro Mundial de las Familias de hace dos años en Valencia o la Jornada Mundial de la Juventud del próximo año en Madrid. Esta vez se le ofrece al Papa una ocasión ideal para lo que está marcando singularmente su pontificado: abordar con palabra rigurosa y desacomplejada el proceso de secularización en Europa, la situación de la familia (a lo que invita la advocación del nuevo templo) y la relación entre la fe y la cultura, con referencia especial a la belleza. El Papa Ratzinger considera que es en Europa donde se juega el futuro de la Iglesia e, incluso, el de las relaciones entre las diversas civilizaciones.

Una particularidad de este viaje es su carácter 'periférico'. El cardenal de Madrid, Rouco Varela, y su equipo, que controlan estrechamente desde hace años la Iglesia española, no han tenido gran papel en la preparación de este viaje. Esto puede tener la ventaja de mostrar que la Iglesia es una, pero no uniforme; que hay particularidades legítimas y enriquecedoras, tanto de tradiciones locales como de sensibilidades espirituales y teológicas, y que deben respetarse. Ya San Pablo hablaba de la Iglesia de Corinto, de la de los tesalonicenses, de las Iglesias de Asia.

Desde otra perspectiva, en la preparación ha habido una gran diferencia entre un galleguismo que ha trascendido a la opinión pública afirmándose por su fuerte oposición a la visita, y el catalanismo, que con una estrategia muy cuidada ha aprovechado para proyectarse internacionalmente como una sociedad con personalidad propia y acogedora. La figura del Papa, con esa extraña combinación de jefe de Estado y de líder espiritual, descoloca los protocolos y provoca reacciones muy contrapuestas. Siempre hay quienes intentan capitalizarla. Hubo grupos que nos dieron la matraca mientras perseguían a Juan Pablo II por el mundo entero gritando «Totus tuus», que era en realidad «todo nuestro». El culto a la personalidad es democrática y cristianamente absolutamente desechable. El mayor respeto a Benedicto XVI es acoger críticamente sus palabras.