Francisco Apaolaza

Mutaciones

La realidad, que cuando aprieta, ahoga –pero bien–, le ha echado la mano parlamentaria al cuello de Pedro Sánchez y lo ha puesto en la encrucijada de tener que defender un pacto con Ciudadanos y Podemos

Francisco Apaolaza
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La realidad, que cuando aprieta, ahoga –pero bien–, le ha echado la mano parlamentaria al cuello de Pedro Sánchez y lo ha puesto en la encrucijada de tener que defender un pacto con Ciudadanos y Podemos, que es como querer fichar al mismo tiempo con la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao. Sánchez, que tiene una mujer que mira a las cámaras como si quisiera pronunciar un enigma, que fue considerado un tipo simple hasta lo maquiavélico, se ha revuelto como un guerrero oriental desnudo y untado de grasa. Ahora, se ha establecido el nuevo paradigma de la política: el cambio. «Las fuerzas del cambio», dice continuamente, porque para Sánchez ya no importa la izquierda y la derecha, ni siquiera importa el programa, porque lo realmente crucial es el fin de «la continuidad» representada en solitario por el ínclito Rajoy.

Seguían acariciando algunos la quimera casi erótica de que eso de gobernar respondía a cuestiones más o menos ideológicas, pero aquí viene Sánchez a ponerle las cosas sencillas y a confirmar sus augurios: a decir que todo –los programas, las políticas, la tasa de paro, las exportaciones, las promesas, la trayectoria en la que caen las flores de los almendros sobre las aceras de esta Madrid cansada, hasta el rabito que asomó ayer la primavera–, todo, digo está supeditado a un cambio. A que se vaya el que está para que se ponga él. Sencillo. Lo demás se le complica un tanto: «La aritmética es compleja», ha dicho, cuando las matemáticas son muy sencillas; lo difícil es que dos más dos sean dieciséis.

Todo resulta esquivo, cambiante y fluido. Nada permanece. En Podemos, que se presentaba ayer como un partido horizontal constituido a partir de círculos, votaciones a mano alzada y comicios abiertos en los que podían votar hasta los de Burundi, ahora destituyen a la gente a machetazos. «Discrepancias tácticas», ha dicho la hechizada Bescansa. En Sevilla, dos respetadísimos presidentes de la Junta de Andalucía entraron ayer en el juzgado a grito de «¡Chorizos!» y parecían ‘La Familia Peperoni’, la chirigota de mafiosos que sacó al Gran Teatro Falla Manolito Santander en el Cádiz mágico del 98 y en la que apuntaban con una metralleta hecha de un cañón de salchichón y un cargador hecho con una lata de bonito en escabeche de dos kilos.

El país está mutando. A Rita Barberá, a la que hace unas décadas nombraron musa del humor, dicen que se le está poniendo la cara del monstruo que había que vencer en la pantalla final del Super Mario Bros. Rajoy, que mira el mundo desde una infinita quietud como miran la calle los gatos tras los ventanales, dice cosas como que «las máquinas nunca fabricarán máquinas». Rajoy en funciones apuesta a que no decir nada es la mejor manera de no equivocarse. También a su aire, Kiko Rivera da una oportunidad a la poética y anuncia que se va a casar con una señora que se llama Inés Rosales, homónima de las famosas tortas de aceite sevillanas. Esa boda es lo único que terminará como se esperaba.

Ver los comentarios