Yolanda Vallejo - ARTÍCULO

Deprisa, deprisa

El año tiene prisa, por lo que se ve

Yolanda Vallejo
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El año tiene prisa, por lo que se ve. En menos de una semana nos hemos tomado las uvas, nos hemos quedado sin entradas para el COAC, hemos recibido a los Reyes Magos –o a sus primos los de Cuenca, o a quien sea–, hemos tenido que descambiar en mitad de las rebajas todo lo que nos trajeron desde Oriente –o desde donde vinieran–; hemos tenido pestiñada, hemos contestado a todas las preguntas del Camino a Catedral; hoy arranca el concurso en el Falla, y mañana comienza el juicio por el caso Noos. Eso, sin contar que el miércoles que viene tendrá lugar la primera pantomima en el congreso de los diputados, y que se acaba el plazo para presentar los papeles del EDUSI, que es algo que ni usted ni a mí nos quita el sueño, pero que, al parecer, necesita su tiempo y su consenso.

Va el año ligerito, y es una pena, porque ni siquiera nos da tiempo a digerir un mamarracho cuando ya tenemos otro llegando a la mesa. Qué hartura! A alguien habrá que quejarse, digo yo, aunque sea a través del hastag de moda #noteloperdonarénunca.

Todo pasa, decía el poeta. Y pasa rápido. Tan rápido como el cortejo de sus majestades por la Alameda. Aunque ahí no tuvo la culpa el Kichi, qué quiere que le diga, porque en este caso le pasó lo mismo que a Felipe II, que no mandó a sus naves a luchar contra los elementos, y menudos eran los elementos que se confabularon la tarde del día 5 para que el desfile fuera una porquería. Que lloviera lo que no había llovido en todo el año, y que el viento hipohuracanado hiciera de las suyas, mojando la instalación eléctrica -¿no conocen el cable impermeable?- de las carrozas no es responsabilidad del Ayuntamiento, a pesar de todo. Sí es responsabilidad suya lo mismo de siempre, lo mismo que criticamos año tras año independientemente del color político con el que se pinten las carrozas. Y eso que en esta ocasión los muñecos aunque desconocidos en su mayoría, iban limpitos –cosa que se agradece–, y parecían nuevos. Tan nuevos que en algunos casos ni les habían quitado los plásticos. No he visto cosa más cutre que esos peluches con bolsas en la cabeza al estilo «más gaditano imposible», ni esos grupos de flamencos arrecíos a los que daban ganas de ponerles un caldito. En cualquier pedanía la cabalgata de Reyes cuenta con más presupuesto, con más gusto, y con más ganas, pero en fin. Aquí se trata –siempre se ha tratado– de cubrir el expediente y de sacar a la calle lo que sea. Los niños no votan, y sus padres son capaces de hacerles ver que entre los cuatro cartones y los papeles de embalar van escondidas todas sus ilusiones. Así es muy fácil hacer las cosas. Y eso que a mí, la cabalgata no me pareció del todo mal. Años peores he visto, y usted también, no vamos ahora a venir con remilgos. Al menos aquí las carrozas no tiraban los vergonzantes maletines que habían sobrado de los ordenadores que, hasta hace unos años regalaba la Junta –menos mal que no les quedaban maletas de las del primer año, con ruedas, mango telescópico y funda impermeable. Y al menos aquí los reyes siguen vestidos de reyes, o de lo que convencionalmente entendemos por reyes, que ya lo ha dicho un portavoz municipal en Madrid: «Nadie sabe cómo iban vestidos los Reyes Magos históricamente» dando a entender, casi sin darse cuenta, dos cosas. La primera que los Reyes Magos existieron históricamente –vaya manera de confundir al personal, sobre todo al suyo que va por ahí desmontando tradiciones–; y la segunda, aún más grave, que todo lo que se pueda justificar, es justificable, –que utilizaran al Papa y al Vaticano como valores activos en su defensa, es en sí mismo un ataque hacia su ideología y sus votantes- y por tanto, válido y correcto. Y ahí es donde se equivoca, donde se equivocan todos.

Porque no todo vale. Y no todo tiene justificación. Lo que pasa es que nos cuesta reconocer nuestras meteduras de pata. Acuérdese de Caín –que sale de la misma tradición de los Reyes Magos, y por tanto, tampoco podemos saber cómo iría vestido– que nunca reconoció que se había cargado al pelota de su hermano; acuérdese de Acebes y sus célebres declaraciones en marzo de 2004, acuérdese de Teófila y el misterio del agua del Loreto, acuérdese de Adrián y las ninfas. En fin. El «yo no ha hecho», que nos ha servido de excusa durante siglos y que ahora parece que ya no funciona.

Dar la cara, se llama. Estar cuando se debe estar, y aguantar las críticas y las preguntas cuando algo falla. No es difícil en la teoría, pero debe ser complicadísimo en la práctica porque nadie lo hace.

Va muy deprisa el año. Quizá está todo organizado para que no nos entretengamos, ni nos fijemos en los detalles y sigamos –sin detenernos a pensar–, el camino marcado por las baldosas amarillas. Lo malo es que este cuento ya nos lo habían contado y nos sabemos el final. El mago de Oz no existe, ni la Bruja del Norte, como tampoco existen los Reyes Magos.

Así que no hay que ponerse demasiado exquisitos. Deprisa, deprisa, a alguna parte llegaremos. Ahora bien, lo que nunca voy a perdonar, nunca, es que me haya quedado sin entradas para el día 15.

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