Un grupo de mujeres secuestradas por Boko Haram, junto a un militar nigeriano, tras ser liberadas en la ciudad de Yola
Un grupo de mujeres secuestradas por Boko Haram, junto a un militar nigeriano, tras ser liberadas en la ciudad de Yola - REUTERS

Una presunta terrorista suicida asegura ser una de las secuestradas por Boko Haram en Chibok

Familiares de las más de 200 escolares capturadas hace casi dos años viajan a Camerún para verificar su identidad

- CORRESPONSAL EN ACCRA Actualizado: Guardar
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En la noche del 14 de abril de 2014, cuando el sueño comenzaba a dibujarse entre los párpados, un sonido sobresaltó a Enoch Mark. «Están atacando», aseguraba un hilo de voz vecinal al otro lado del teléfono. Con el primer ruido de explosiones, Mark relata cómo, junto con su mujer y cinco hijos, este líder religioso emprendió entonces la huida del lugar, mientras milicianos de Boko Haram convertían su localidad de residencia, Chibok, al noreste de Nigeria, en una pira funeraria improvisada.

Atrás quedaría su hija mayor, una de las más de 200 jóvenes secuestradas por el grupo armado en el internado donde preparaba sus exámenes. El asedio duró seis horas. Enoch Mark aún no ha despertado de la pesadilla

Ahora, sin embargo, casi dos años después del archifamoso rapto de las «menores de Chibok», que despertó una sonora campaña internacional bajo el lema «Bring Back Our Girls», la esperanza regresa a esta pequeña aldea.

El Gobierno de Nigeria ha anunciado el viaje de dos padres de las escolares secuestradas a la vecina Camerún, después de que una joven asegurara en este país formar parte del grueso de estudiantes raptadas en Chibok. Su testimonio se producía tras ser detenida en la localidad de Limani, en la frontera entre ambos Estados, al intentar un atentado suicida junto a otra menor.

El proceso de identificación será llevado a cabo por Yakubu Nkeki, presidente del grupo de las estudiantes secuestradas, así como Yana Galang, cuya hija de 16 años se encuentra entre las capturadas.

«Si esto es cierto, estamos muy felices por ello. Si la vemos con nuestros ojos, sabremos entonces dónde están nuestras nuestras chicas», aseguró Galang al conocer la noticia.

Mientras, la comunidad de Chibok vive todavía en la incertidumbre. Según fuentes de seguridad consultadas por este diario, se teme que algunas de las jóvenes fueran asesinadas por la milicia islamista tras la recuperación de la ciudad de Bama por parte del Ejército de Nigeria a mediados de marzo del pasado año.

Entonces, poco antes de la huida final, Abubakar Shekau, líder de Boko Haram, dio la orden de eliminar a todas las mujeres en manos del grupo islamista para evitar que éstas cayeran en manos «infieles». Decenas de vidas fueron cercenadas.

No obstante, el Gobierno, de forma oficial, descarta esta hipótesis. En palabras de Mike Omeri, antiguo coordinador del Centro de Información de Nigeria, el Ejecutivo aún cuenta con la esperanza de lograr un desenlace feliz con las «niñas de Chibok».

Al margen de diatribas políticas, el caso de las «niñas de Chibok», lo cierto, ha supuesto también un cambio de estrategia por parte de Boko Haram, con un notable incremento en los raptos en los últimos meses. La decisión, no obstante, ha sido perjudicial para las filas yihadistas de forma paralela: con muchas de las víctimas capturadas de forma aleatoria, su mantenimiento (así como desplazar a tan numeroso grupo de forma continua) es una merma notable para las arcas del grupo radical. En este sentido, la reciente participación forzosa de mujeres o niñas en operaciones militares, tales como atentados suicidas, demuestra el interés del grupo en convertir a las secuestradas en activos del conflicto.

Uso de secuestrados como suicidas

Valga este ejemplo: Cerca de las dos y media de la tarde del 10 de diciembre de 2014 en la localidad de Kano, norte de Nigeria. Dos jóvenes en hijab se inmolan en los confines de un baño público del mercado de Kantin Kwari, uno de los más populares para la adquisición de productos textiles de la ciudad. Al menos una decena de personas pierden la vida.

«Me dijeron: “irás al cielo si lo haces”. Y yo les dije: “no, no puedo hacerlo”. Entonces me aseguraron que me fusilarían o me encerrarían». Días después de la masacre, éste era el explícito testimonio de Zahra'u Babangida, una niña de apenas 14 años que fue detenida, la misma jornada de la tragedia, con explosivos adheridos a su cuerpo. La menor de edad fue arrestada en los alrededores del mercado bombardeado, donde había acudido con las dos terroristas, presuntas compañeras suyas. Arrepentida en el último instante, su testimonio es, todavía, uno de los escasos documentos sobre la forma de actuar del grupo islamista de Boko Haram.

En una rueda de prensa organizada por la Policía, la joven confesó que sus padres la habían ofrecido como voluntaria para participar en un ataque suicida. Durante este encuentro, realizado en uno de los escondrijos de Boko Haram al norte de Nigeria, uno de los líderes del grupo islamista aseguró a Babangida que iría al cielo si participaba en el ataque a un mercado.

Sin embargo, en el último segundo, la menor rehusaría hacer uso de sus explosivos, aunque resultó herida en la detonación de una de sus compañeras. Su narración (recordemos, organizada por la Policía de Nigeria) nunca pudo ser verificada de manera independiente.

Ya entonces, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) alertaba de que la milicia islamista había utilizado a mujeres y niñas en gran parte de los ataques suicidas perpetrados en el último año en el noreste de Nigeria.

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