Una escena de «Norma»
Una escena de «Norma» - Javier del Real
CRÍTICA DE ÓPERA

«Norma» en una noche de luna

El Teatro Real presenta la ópera de Vincenzo Bellini por primera vez desde hace un siglo

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El escenario es oscuro, negro, tenebrista. Un gran arbusto, un enorme tronco desgajado se sitúa en el centro, asociado al bosque, sirviendo como altar, refugio, casa de Norma y pira. Entra, sale y rota, y con ello configura espacios y significados. Según se explica, se trata de reproducir un árbol sagrado, el Ydraggsil, el árbol de la vida pero extrañamente todo lo que sucede a su alrededor es de un desamparo mortuorio formidable. ¿Serían así los impenetrables bosques de la Europa septentrional? También el suelo transparente realza la contradicción, potenciando la artificiosidad del escenario y la acumulación de elementos. El barroquismo de la escena tiene, por momentos, confusa digestión, pues son muchas las imágenes proyectadas que acaban por enmascarar la naturaleza de la trama y también su posible ubicación temporal apenas apuntada por un vestuario de aspecto tristón.

Definitivamente lo mucho agota y convierte a esta «Norma», la ópera de Bellini, en una historia pesante, de escasa agilidad escénica. Un pequeño beneficio sí que se hace notar: el estatismo beneficia a los cantantes siempre colocados en la corbata dispuestos a recrearse en una emisión vocal cómoda.

«Norma»
Compositor: Vincenzo Bellini. Intérpretes: Gregory Kunde , Maria Agresta

La producción escénica que dirige de Davide Livermore llega al Teatro Real después de presentarse en el Palau de les Arts de Valencia y aún pendiente de estar en la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera (ABAO). Se materializa en la escenografía de Gió Foma, prefiriendo incentivar el más circunstancial trasfondo atávico de la historia a la intensa veracidad dramática de una relación triangular y compleja entre los protagonistas. Escasea la interacción, se prefieren las posiciones vacuas y la escena congelada a la energía derivada del movimiento. De ahí que los intérpretes ocupen en muchas ocasiones posiciones destartaladas desde donde la posibilidad de replica queda muy disminuida. Algún golpe de efecto escénico hay entre medias: por ejemplo la entrada de Norma, en lo alto del arbusto, donde canta su «Casta diva» y a donde volverá a ascender en el momento final junto a Pollione dispuestos a ser devorados por la hoguera.

Maria Agresta es la protagonista en el primero de los tres repartos previstos para los próximos días. Sin embargo para escucharla en plenitud de facultades y matices es mejor esperar al dúo con Adalgisa en el segundo acto. Aquí se une a Karine Deshayes quien muestra desde «Sgombra è la sacra selva», una aria sin grandes gestos pero sustanciosa, una notable diferencia en la calidad vocal y estilística. Michele Pertusi dibuja un Oroveso contundente y marmóreo, mientras Gregory Kunde se defiende con fuerza allí donde el papel requiere una posición heroica y es posible disimular una homogeneidad que muchas veces se desperdiga en voz de mil colores.

El resultado final es una versión con presencia, autoridad y desmesura, a la que contribuye el director musical Roberto Abbado colocando a la orquesta titular del Teatro Real en una perspectiva poco sutil, abundante, inmediata, escasa de poesía y refinamiento sonoro. Un buen ejemplo fue «In mia man alfin tu sei», el dúo de Norma y Pollione. A partir de hay, el total se convierte en algo fatigoso porque el desarrollo apenas penetra en los detalles, en la pureza de un canto que merecería cuidado y conducción, y en la intimidad de muchos momentos (el ya citado dúo de Norma y Adalgisa fue toda una excepción). Preferir la contundencia del combate a la interiorización del conflicto significa dejarse llevar por la fácil ruta de lo terminante. Si bien, tampoco esto debió quedar claro a tenor de los discretos aplausos con los que ayer se recibió el estreno de esta «Norma», representación cuya potencia y potencial se diluye en un contexto vacuo.

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