Lienzo «Bataille de Poitiers en octobre 732»
Lienzo «Bataille de Poitiers en octobre 732» - CHARLES DE STEUBEN

Dos emperadores de un mundo en ruinas: Carlomagno y Mahoma

Los dos conquistadores consiguieron en sus vidas llegar al máximo poder, construyendo civilizaciones políticas y culturales que todavía sobreviven

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Otoño del año 376 después de Cristo. Una muchedumbre de 40.000 hombres dirigidos por 8.000 guerreros germánicos desborda el limes romano y se adentra en las tierras del imperio:

«Franquearon la frontera con sus duques, como una nación, con el consentimiento del emperador que los reconoció como federados…Con ellos comienzan las primeras invasiones bárbaras y entra en el Imperio un cuerpo extraño que conserva su derecho nacional».

Los días del Imperio Romano de Occidente están contados, así lo narra el historiador belga Henri Pirenne en su clásico «Mahoma y Carlomagno». Pirenne fue el inspirador de la prestigiosa Escuela de los Annales de Marc Bloch y Lucien Febvre. Febvre llegó a verlo como «el modelo y el ejemplo de aquello que deseaba hacer», según cita de Miri Rubin.

La historiografía marca aquí el fin de la Antigüedad Clásica y el comienzo de la Alta Edad Media, el periodo de la historia que va desde la caída del Imperio Romano, en el 476 después de Cristo hasta la frontera política, cultural y social que la civilización cristiana medieval logró alrededor del año 1000 de nuestra era (el llamado milenarismo). Fue un periodo en el que tres imperios lucharon por la supremacía: el bizantino, el islámico y el carolingio. Según el medievalista Jacques LeGoff en «La civilización del Occidente medieval» :

«Durante los cuatro siglos que separan la muerte de Teodosio (395) de la coronación de Carlomagno (800) había nacido un mundo nuevo en Occidente, salido de la lenta fusión del mundo romano y del mundo bárbaro».

Dos personajes son claves para comprender esos siglos: Carlomagno y Mahoma.

Romania

El Imperio Romano de Occidente había caído, pero los pueblos germanos que lo habían invadido habían sido asimilados por la más numerosa población romana. Una prueba de esta fusión cultural es la frase de Ataúlfo, Rey de los Visigodos, al casarse en Narbona con Gala Placidia (414 después de Cristo), la hermosa hermana del emperador Honorio:

«Primero deseé con ardor borrar el nombre de los romanos y cambiar su imperio por uno gótico. La Romania se convertiría en Gotía; Ataúlfo hubiera reemplazado a César Augusto. Pero una prolongada experiencia me ha enseñado que la barbarie desenfrenada de los godos era incompatible con las leyes. Y sin leyes no puede haber Estado. He tomado el partido de aspirar a la gloria, pero al acrecentar y restaurar el nombre de Roma con la fuerza gótica. Espero pasar a la posteridad como su restaurador, puesto que me resulta imposible suplantarla».

La frase la recoge el historiador hispano Paulo Orosio (383-420 d. de Cristo) en su «Historiae adversus paganos». Así pues, tras los primeros invasores germanos había caído un imperio pero no la civilización. Roma había convertido el mediterráneo en su Mare Nostrum y esa unidad no se había perdido. A mediados del siglo VI, el emperador Justiniano inicia una política de expansión del Imperio Bizantino (el Imperio Romano de Oriente) que le lleva reconstruir el poder imperial en toda la cuenca mediterránea.

En el 533, Belisario extiende el dominio bizantino hasta Ceuta, se produce uno de los códigos civiles más importantes de la historia y se levanta la catedral de Santa Sofía en Costantinopla. La iglesia católica toma como modelo de organización al imperio y basa su derecho canónico en el derecho romano. Los reinos germanos independientes (visigodos en España, francos merovingios en Francia, ostrogodos en Italia, vándalos en África) adoptan la religión y la lengua de la población romana. «El cuerpo cambia, pero permanece el alma», afirma Pirenne. La Romania continúa.

Un nuevo Imperio

En el siglo V los Francos, uno de los pueblos dominantes, hubo de cristianizarse por su Rey Clodoveo. Con Vouillé, en el 507, los Visigodos dejaron lugar a la primacía franca en la Europa occidental. De la dinastía palaciega, especialmente luego del viraje de Carlos Martel, saldrá el primer Emperador del medievo: Carlomagno. La fecha de nacimiento y el lugar, entre el 742 y el 748 y la frontera entre Francia Alemana, son todavía disputadas. Luego de consolidar el Reino Franco, del 772 al 790 retomó Italia, el norte de España y la Alemania del este. Los frutos, luego de proteger al Papa a inicios del 800, no tardaron en llegar: el 25 de diciembre de ese año fue nombrado «Imperator Romanorum», restaurando de manera efímera el Imperio Romano de Occidente.

Le Goff recuerda que estas conquistas fueron acompañadas de un proceso de romanización y afirmó en una entrevista en una de sus obras sobre el medievo:

«Hubo un renacimiento carolingio. Este renacimiento político que desembocó en la resurrección de un imperio en Occidente (con Carlomagno en 800) se basó en la fuerza militar y la capacidad cultural. La reforma de la escritura, la revisión de la Biblia y la enseñanza de la gramática fueron los puntos fuertes de esta renovación cultural que en parte sobrevivió a la descomposición política del siglo X».

La fusión, entonces, fue acompañada de la toma de la cultura de los dominados, en un sentido parecido al que sucedió con Grecia y Roma bajo la divisa de Horacio «Graecia capta ferum victoremcepit et artes intulit in agresti Latio» (La Grecia conquistada conquistó al bárbaro conquistador e introdujo las artes en el Lacio agreste). Se reintroducen las escuelas, aparece la libra carolingia (que sobrevive en el Reino Unido), surge una letra clara que permite una mínima comunicación entre monjes (es un siglo, el IX, de hombres de letras: Alcuino en York o Pedro de Pisa) y se fortalecen las rutas limpiando el campo de bandidos. Louis Halphen en «Carlomagno y el Imperio carolingio» afirma:

«Este nuevo Imperio es puramente interior, de tierra adentro, y no tiene ya por capital a Roma, sino a Aquisgrán (Aixla-Chapelle); en él domina el elemento bárbaro, pero todos aquellos pueblos a los que el conquistador somete a su autoridad, vinculados por una misma creencia religiosa, se siente miembros de una sola y vasta comunidad, y se consideran un único pueblo: el pueblo cristiano»

Y resume, en definitiva, «aquel día nació Europa, una Europa todavía muy limitada y frágil, pero que va a sobrevivir al Imperio que le dio vida».

Mahoma o la respuesta oriental

Esta Europa cristiana, que muy pronto se va a feudalizar, va a conocer pronto un rival político: el Islam. De las ruinas de la pugna entre Heraclio y Cosroes II, entre Bizancio y Persia, la aparición de Mahoma y el Islam va a cambiar las fuerzas en liza en el mediterráneo. Señala Pirenne que «el éxito del ataque se debió al agotamiento de dos imperios, el Bizantino y el Persa, vecinos de Arabia, a consecuencia de la larga lucha que los había enfrentado».

La península arábiga, origen de esta nueva fuerza política, tenía una organización tribal nómada antes del advenimiento del profeta. El político y retórico francés Alphonse de Lamartine afirma en su «Historia de Turquía» el carácter excepcional de la obra conquistadora de Mahoma :

«Si la grandeza del propósito, la pequeñez de los medios y la inmensidad de los resultados son las tres medidas del genio del hombre, ¿quién osará compararse humanamente en la historia moderna con Mahoma?»

La expansión de esta religión se inicia cuando el profeta rompe con el politeísmo y la idolatría que dominaba Arabia y comienza a predicar el mensaje de Allah. La tradición islámica afirma que el arcángel Gabriel le trasmitió la palabra de Allah, una palabra que después sería recopilada como ley en el Corán. Los musulmanes creen que Mahoma era analfabeto, algo que estiman como una prueba de que le fue revelada la palabra de Dios.

El dominio de esta fe sobre los territorios árabes comienza con la Hégira, la migración de La Meca a Medina del año 622 que da inicio al calendario islámico. Allí comienza a manifestarse el carácter guerrero de la fe musulmana. En Marzo del 624, Mahoma conduce a 300 guerreros al asalto de una caravana de mercaderes que se dirigía a La Meca. El dominio musulmán comienza con la batalla de Badr, en la que derrota al ejército politeísta.

Tras el triunfo, y una vez expulsado el clan judío de Medina, la conversión al Islam fue masiva. Un año antes, en el 623 de la era cristiana, el profeta dictó «La Constitución de Medina». En ella, establece que judíos y cristianos podían mantener su religión si pagaban la «jizya», un tributo por permitirles mantener su fe. Los fieles de las religiones consideradas paganas no dispondrían de esta posibilidad. Además los creyentes de otras religiones debían sumisión al poder islámico, es el «estatuto de los dhimmíes». En el 630 Mahoma tiene la supremacía política y militar en la península y marcha sobre La Meca. El Islam controla toda la península arábiga y ha legitimado la conquista y la conversión forzosa como medio de acción. Los musulmanes inician entonces una rápida y sorpresiva expansión.

Bajo Mahoma, del 622 al 632, toman toda la Arabia Feliz. En el siglo VII, al final, conseguirán dominar todas las viejas provincias bizantinas de Egipto y Oriente Próximo. La importante provincia de Cartago, el llamado Exarcado de África, junto a Egipto proveían de la principal mano de obra y recursos agrícolas al Imperio. Del siglo VII al VIII, el Califato Omeya, logró conquistar los lindes con la India y especialmente el occidente europeo, con la toma de la Península Ibérica luego de la batalla de Guadalete (711). El carácter árabe de estas conquistas está en disputa por historiadores como Robert G. Hoyland, que en su libro «In God's Path» expone de manera precisa el tipo multiétnico de los guerreros.

Para Pirenne, en este tiempo se produce una «ruptura abrupta» del comercio en el mediterráneo, aunque otros historiadores como el medievalista Bryce Lyon lo han matizado. Ahora bien, Lyon también considera que «hasta ahora, la teoría de Pirenne a pesar de haber sido revisada, todavía no ha sido reemplazada por ninguna otra más creíble o convincente acerca del enigma del final del mundo antiguo y los comienzos de la Edad Media». La pregunta sería, entonces, ¿Por qué los árabes, que no son más numerosos que los germanos, no fueron absorbidos por la población de la Romania en los territorios europeos?

Luchas de fe

Pirenne señala que «mientras que los germanos no tienen nada que oponer al cristianismo del imperio, los árabes están exaltados por la nueva fe del Islam, eso es lo que les hace imposible de asimilar. Islam significa sumisión a Dios y todos sus seguidores tienen el deber de imponerlo a los incrédulos, los vencidos son súbditos que deben obedecer a Allah. Y puesto que este era árabe, a Arabia. Su misión es islamizar y arabizar». Con la toma del norte de África por los musulmanes, la Romania retrocede, el mar mediterráneo se convierte en frontera entre dos civilizaciones enfrentadas.

Ahora cambia el cuerpo y el alma. Manuel II Paleólogo, uno de los últimos emperadores de Bizancio, escribió en sus «Diálogos» de 1391:

«Muéstrame que trajo Mahoma que fuera nuevo, y encontraras cosas inhumanas y malvadas, como su orden de expandir la fe que él predicaba (…) Convencer a un alma razonable no necesita de un brazo fuerte o armas de cualquier tipo».

Esa guerra ideológica, que tendrá como brecha las Cruzadas del siglo XI al XIII, no parece haber dado lugar a ninguna asimilación entre las dos culturas, enfrentadas en esa gran alambrada cultural que sigue siendo el mediterráneo.

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