desde la platea

Ramos Cádiz

La devoción que sentía Chris Ramos por su abuelo, el gran capataz de Cádiz, era algo inolvidable

Mauricio García

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Hace casi un año, mi padre se encontraba ingresado en el Puerta del Mar. Yo lo había dejado solo en la habitación, sin compañero, y esa noche, al hablar con mi hermano para ver cómo estaba la cosa, me dijo que habían ingresado a alguien al lado. A las 8 de la mañana del día siguiente, al entrar en la habitación lo vi. Mi pensamiento fue: 'ostras, Don Pedro Ramos', entre la admiración y el corte de quien veía a alguien que era un icono para mí cuando de chico soñaba con ser cargador.

Las horas de hospital terminan haciendo que las familias de compañeros de enfermos entablen conversaciones, y en esta ocasión la suerte era tener al lado una gran familia. El fin de semana apareció por allí un chaval muy alto, que se había hecho cientos de kilómetros porque quería ver a su abuelo y pasar la noche con él. El tipo era futbolista profesional, jugaba en el Lugo y aprovechando que estaba sancionado y no podía jugar ese fin de semana, no se lo pensó dos veces. Era todo sencillez, amabilidad y derrochaba tanto amor por su abuelo como centímetros levantaba del suelo.

Allí se encajó porque estaba malo una persona a la que adoraba, el hombre del pelo blanco, el gran capataz de Cádiz, un abuelo loco del fútbol y al que se le iluminaba la cara hablando de Chris, su nieto, el futbolista.

Las horas de hospital hacen perder la timidez y entablar conversaciones, y ahí que yo aprovechaba las nuevas tecnologías para enseñarle algún video de la recogida del Perdón o de las Cigarreras por la calle Plocia con él delante de los palios... Y empezaba hablarme de la carga de entonces y de la de ahora... Y yo bebía del saber de uno de nuestros mayores, porque a los mayores que tanta historia nos han dejado hay que quererlos y escucharlos.

Y llegaba el fin de semana y estaba pendiente a ver qué hacía el Lugo de su nieto con la ilusión de que alguna vez en la vida jugara con la camiseta amarilla. Se cumplió a los pocos meses y sé que fue uno de los días más felices para el viejo sabio de los martillos del pelo blanco y para aquel joven alto, sencillo y sonriente que sentía adoración por él. Una adoración acunada por su madre, la que me contaba que Chris era un tipo responsable con su nutrición, que aquel domingo se había pillado una ensalada para comer porque eso de los nutrientes, hidratos, proteínas o azúcares las llevaba a rajatabla porque una mala alimentación provocan lesiones.

A mi padre le dieron el alta antes que a Don Pedro, pero siempre podré decir que allí conocí y charlé con el gran señor de los martillos del pelo blanco, con sus hijas, que forman una familia unida y encantadora, con su hijo, con quien también hablé de los martillos y de carnaval (gran persona), y con su nieto, al que desde entonces deseo que le vaya en el fútbol tan bien como si fuera familia mía. Ese del que mi hijo se quiere poner su número en la camiseta amarilla porque es el de Chris, el de ese tipo alto, sencillo y sonriente que se había hecho tantos kilómetros para estar con su abuelo, ese del que su padre le habló y que para orgullo de su familia había terminado fichando en el equipo de sus amores, el Cádiz..... No sé cómo se llaman de segundo apellido ninguno de ellos, pero por su historia en la ciudad fácilmente podrían ser Ramos Cádiz.

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