el alfiler

Mil gracias, Sergio

Se va más que un entrenador, se va una persona que siempre entendió dónde llegaba, a qué llegaba y para qué llegaba

Sergio, sonriente, en la primera jornada de Liga.
Alfonso Carbonell

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Era de cajón que no iba a ser su año. Se le veía en su cara durante las primeras jornadas, sí, esas en las que el personal, con los primeros y únicos buenos resultados, lanzó las campanas al vuelo poco antes de que llegase el primer parón y acto seguido el Athletic le explicase al Cádiz el equipo que era. Allí, en La Catedral, Sergio comenzó a equivocarse con aquello del «azúcar».

Sergio se dejó llevar por la ola de optimismo, pero en su foro interno sabía que su año sería complicado porque se daba por hecho que la plantilla era mejor y que en su tercera temporada al frente del equipo se le exigiría más. Lo entendió, pero no le convenció. Y no lo hizo porque no se quedó tranquilo con lo que le trajeron, pero no va en su forma de ser quejarse fuera cuando no lo ha hecho dentro. Y esa es una de las facetas como persona más admirable del entrenador con más humildad, educación, transparencia, saber estar, sensatez y elegancia de cuantos han pasado en las dos últimas décadas por el banquillo de Carranza. Se va un señor, un caballero de esos que son difíciles de encontrar en un mundo tan salvaje como es el fútbol.

Gracias mil, Sergio. Gracias por devolver al estadio la alegría que se perdió. Gracias por venir sin pedir nada ni preguntar. Gracias por no sacar pecho cuando de sobra ha tenido razones para sacarlo. Gracias por haber tratado a este club con el decoro y el respeto que muchos no lo han tratado. Gracias por esas victorias in extremis que llevaron a muchos cadistas a recordar esos dorados años del Cádiz de los milagros. Gracias por convencer a sus futbolistas de que no eran tan malos como su predecesor en el cargo les repetía hasta la extenuación. Gracias por esas victorias llenas de éxtasis ante Villarreal y Rayo Vallecano en un Carranza que se volvió loco pero no tanto como con aquel triunfo ante el Atlético donde el estadio botó hasta el cielo. Gracias por esa victoria con los suplentes en el Nou Camp, o por esa otra gran imagen en el Wanda ante el Atlético de Simeone. Gracias por el triunfo en Mestalla de la pasada campaña que encarrilaba una nueva permanencia haciendo de Carranza un nuevo fortín para sumar victorias claves y emocionantes ante Valencia, Valladolid y Celta.

Pero más que por lo mucho que ha hecho en el campo, gracias por ser como ha sido. Respetuoso hasta empatizar con las duras críticas que ha recibido y samaritano del dolor con unos gritos de 'Sergio vete ya' que le debieron doler hasta el alma pero de los que no sólo se quejó sino que entendió. Porque de las cosas más injustas que han sucedido con este técnico es la falta de brillo que se le ha dado a lo que ha hecho estos dos años. Lejos de quejarse, Sergio no hacía otra cosa que trabajar y trabajar para dedicar a hacer lo que ha hecho. Nadie mejor que él para saber que venía a una plaza con Rey (Vizcaíno) y con Dios (Cervera) y que su dedicación no iba a ser más de la que fue. Y vamos que si cumplió. ¿Que qué hizo? Pues de golpe y porrazo resucitar a un muerto y devolver la alegría a un estadio que incluso la perdió en Primera. Como ahora, también es cierto. Por eso se va.

Porque este señor que abandona Carranza se irá por una puerta trasera que hará grande para dar paso a una persona que dejará tras de sí un aura de sencillez y bondad muy difícil de encontrar en un mundo de imposturas y redes sociales. Mucha suerte, Entrenador.

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