Tal como pintaban las cosas antes del encuentro, con solo un gol anotado en los cinco últimos partidos y dos puntos sumados de los quince en disputa, puntuar en un feudo de Champions y acertar con tres dianas casi lo hubiera firmado hasta el más exigente de los aficionados.
Pero tal como transcurrió el duelo, en el que a falta de diez minutos se gozaba de una ventaja de dos tantos, prevalece en el ánimo una impronta de estupor y frustación, de impotencia y desolación, pues se escapó de las manos, en el último suspiro, lo que parecía seguro y amarrado: el valioso botín de la victoria.
El central Pau Torres celebra su gol al Cádiz CF.
EFE
Balsámico triunfo que tanto hubiera aliviado las angustias clasificatorias y que tanta tranquilidad hubiese transmitido a un equipo, que empieza a padecer el amargo cosquilleo de las exigencias perentorias. Bien fuera por cansancio o por la irreprimible ansia de aferrarse a la custodia de lo ganado, el caso es que en los 20 minutos finales nos atrincheramos demasiado atrás, perdíamos el balón con inusitada facilidad y apenas se amenazaba el área rival.
Y para que el drama quedara completado, los aleatorios designios de la fortuna nos tenían preparado un final de partido resuelto al elegíaco modo de la tragedia. En el postrero minuto 95, de una jugada del posible 2-4 pasamos al mazazo del 3-3. Y eso sea, tal vez, lo que más preocupa, que cargamos con la pesada losa de la suerte de los perdedores. Lo cual es dinámica que se ha de trocar, pues su persistencia no augura nada bueno.
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