Pan y circo

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El presidente del Cádiz ha acertado de pleno dando un volantazo que ha cambiado la cara del equipo

Vizcaíno, en la presentación de Sergio.
Alfonso Carbonell

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El Cádiz ha cambiado la cara. Fuera y dentro. Y eso es un hecho. Por tanto, y en pocas palabras, Manuel Vizcaíno ha acertado de pleno en la decisión más importante que ha tenido que tomar desde que es presidente del Cádiz en el plano meramente deportivo.

El sevillano, amigo del marketing y del populismo, sabe como nadie bajar al albero cuando hay que hacerlo. Será que sabe y tiene experiencia en manejarse en el barro porque es ahí donde mejor se mueve, donde más crece.

Es un gestor tribunero, pero no elude el enfrentamiento con las masas. Y ahí, hay que quitarse el sombrero. No es fácil decir que no al siempre agradable sonido de los aplausos. Es terco, pero también se agradece que el que está al frente de una nave goce de esa seguridad que, en mayor o menor medida, debe transmitir a sus subordinados. No es lo mismo situarse detrás de un kamikaze convencido que hacerlo detrás de un ‘san manuel bueno mártir’. No es lo mismo.

El presidente del Cádiz sabe de fútbol, del negocio en sí; no tanto ya de cómo llevar a un vestuario y es ahí donde se pierde. Es un dirigente cercano, pero a veces se acerca tanto que puede resultar destestable. Por tanto, debe aprender de los errores cometidos con el antecesor de Sergio para no volver a caer en los pecados que convirtieron el día a día de un club exitoso en un verdadero infierno de egos.

Manuel Vizcaíno es un presidente de los de antes. Se quiere empapar tanto de la idiosincrasia de un lugar que resulta demasiado artificial para todo aquel que no le baila el agua en una ciudad saturada de ‘bailaores’. Se deja asesorar solo para que se vea que se deja, pero sabe muy bien que a las malas siempre va a estar solo. Y le honra. No siempre debe resultar fácil cabalgar a lomos de un caballo indómito y salvaje como es el mundo del fútbol.

Cuesta decirlo pero hay que hacerlo. Al César lo que es del César y así como un rey debe mirar más por su país que por la corona, un presidente del club también ha de hacer lo mismo con sus decisiones. Renovó a Cervera y le blindó con un contrato ‘top’ por varios motivos. Era lo mejor para el club, se lo había merecido y la afición lo pedía a gritos. Y lo firmó a pesar del ataque de celos que siempre ha tenido por un entrenador que le sirvió hasta el último momento de parapeto. Y con él pudo dejarse caer, pero entendió que no, que por muchos fichajes que le trajera esa banda estaba muerta en manos de su creador.

Varias razones le han llevado a tomar su decisión más impopular. Al Cádiz no quería venir ni dios. El equipo era cadáver en manos de un Osasuna cualquiera. Y el reflejo del rostro de su entrenador era un anticipo del entierro que siempre un presidente debe estar obligado a evitar. Y de momento, lo ha conseguido.

La tristeza y el aire compungido y vencido de Cervera ha dado paso al optimismo y la alegría que siempre ha de traer un recién llegado. Después están las formas, ok, pero lo importante aquí es el escudito triangular con Hércules y los leones y todo lo demás es secundario. Todo.

Y si ya en las ruedas de prensa Sergio cambió el molde, a estas le han sucedido tres encuentros más que esperanzadores. Y sí, el equipo ha dado un paso adelante a medida que el entrenador intentar quitar de encima a sus muchachos los tremendos y preocupantes complejos alimentados por un colega que, eso sí, le ha dejado un trabajo defensivo como pocos podrán decir. Se ha ido un profeta, pero ojo que si su sustituto levanta esto puede considerarse otro hacedor de milagros.

Vizcaíno se ha enfrentado a las masas y ha hecho bien. Gracias.

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