SIN ACRITUD

Honores a Sergio González

Su destitución entra dentro de la lógica futbolística, pero un cadista de verdad no insulta ni increpa a quien ha protagonizado dos de los mejores años de la historia del Cádiz CF

Ignacio Moreno Bustamante

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Hace una semana, justo cuando el árbitro pitó el final del partido Cádiz–Valencia, me asaltó la duda. Imagínese la escena. Para entender cómo estaba Carranza en aquel momento puede usted aplicar cualquiera de los manidos tópicos futbolísticos. Una olla a presión, una caldera... el que prefiera. La afición desatada. Gritos, silbidos... una bronca monumental, para no dejar los tópicos del balompié. Lo llamativo es que la furia no era contra el equipo rival, sino contra sus propios jugadores. Contra el Cádiz. Por eso me sorprendió ver que los futbolistas se acercaban al borde del área de Fondo Sur, donde habitualmente celebran los triunfos, pese a que esta vez les habían metido cuatro. Allí, durante unos minutos, agacharon la cabeza mientras cientos de aficionados les gritaban y proferían todo tipo de insultos. Aún no tengo muy claro si hicieron bien o no en ir allí. No había ninguna necesidad. Y desde luego ninguna obligación. Los gritos iban contra ellos, pero sobre todo contra su entrenador y su presidente. Sergio González, aún técnico del equipo en ese momento, aguantaba estóicamente en el centro del campo. Serio, con su abrigo en la mano, miraba a la grada con humildad y respeto. A su equipo le acababan de meter cuatro goles. Casi cuatro meses sin ganar. Unas sensaciones futbolísticas horrorosas... Imagino que ni uno solo de los cadistas que le insultaban, que le exigían su marcha –«¡Sergio vete ya!»–, estaban más dolidos por todo ello que él mismo. Pero ni un solo reproche por su parte. Ni un aspaviento. Ni un mal gesto. Todo lo contrario. Una auténtica demostración de educación y saber estar.

Todo esto veían mis ojos desde mi localidad de Tribuna. Aunque en realidad no miraba tanto a los jugadores y al entrenador como a los aficionados que les increpaban de forma tan vehemente. Y ahí fue cuando me asaltó la duda. Pensaba dónde estarían todos y cada uno de aquellos 'defensores' del cadismo cuando su equipo jugaba en Segunda B contra contra el Torredonjimeno. O el Motril. O qué estarían haciendo en el año 2000, cuando Orúe y unos cuantos jugadores de Segunda B se encerraban en el vestuario y el club estaba a punto de desaparecer. Probablemente ni habrían nacido. Pero para eso están los libros. O internet. O sus mayores. Para explicarles que este club, que supera de largo los cien años de historia, ha estado la inmensísima mayoría de ellos en el fango. Que todas y cada una de las temporadas que juega en Primera División son un puñetero regalo que hay que saber apreciar. Y respetar. Porque si eres del Cádiz nunca sabes qué va a pasar la siguiente temporada. Dónde vas a jugar. Si en Primera, en Segunda, o en Segunda B, ahora Liga RFEF o algo así. Que no hace tanto estuvimos en Primera y en dos años descendimos dos veces y nos vimos de nuevo en campos casi de tierra. Esas cosas me preguntaba mientras los veía 'romperse' el pecho y la garganta por su club, convencidos de ser los más cadistas. Sangre amarilla en estado puro. Ni idea tienen de su enorme suerte. No son conscientes del lujo que supone haber visto a tu equipo competir siempre en la Liga de Fútbol Profesional. Es imposible que ni uno solo de los que increpaba, insultaba, exigía dimisiones –presidente incluido– fuese mayor de 25 años. Confiemos en que son pecados de juventud. Porque si alguno superaba esa edad, lo que no tiene es memoria o dos dedos de frente. Por supuesto que hay que exigir. Por supuesto que hay que ser ambiciosos. Pero con un mínimo de cabeza. Y con respeto. Como el que los jugadores y el propio entrenador sí les mostraron a ellos.

Hoy Sergio González ya no es entrenador del Cádiz. La derrota del viernes ante el Alavés puso la puntilla a una muy mala trayectoria esta temporada. El equipo está hundido, sin alma. Las sensaciones que transmite son muy negativas. Y ya se sabe lo que ocurre siempre en el fútbol en estos casos. La decisión de destituirle entra dentro de la lógica futbolística. Pero insisto en lo de la memoria. Saber de dónde venimos y dónde estamos. Con Sergio hemos visto al Cádiz jugar bien al fútbol, que ya es mucho decir. No últimamente, desde luego. Pero sí en estos dos años con él en el banquillo. Uno no es del Cádiz para ver a su equipo ganar siempre. Mucho menos en Primera División. Quien quiera eso que se compre una camiseta del Madrid o del Barcelona. Uno es del Cádiz para disfrutar sufriendo, para celebrar hasta los córners, para cantar el himno de Manolo Santander, para transmitírselo a sus hijos. Evidentemente que quieres ganar cada domingo, nunca hubo un cántico más dañino que aquel de «el resultado nos da igual». Pero si no ocurre, un cadista de verdad no se revuelve contra quien ha contribuido de forma esencial a que su equipo esté escribiendo algunas de las páginas más gloriosas de su larga historia. Como antes hizo Álvaro Cervera, a quien sí se le supo reconocer. No conozco de nada a Sergio González. Pero por lo que a mí respecta, todos los honores, todo el agradecimiento y todo lo mejor para el futuro. Como entrenador y como persona.

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