Cádiz - Barcelona

La magia no era más que un truco

El Cádiz sacó al mago pero todo fue un espejismo, un truco de ilusionista, y es que hace falta mucho más que desenterrar un mito para enmendar el desaguisado

Mágico, con su incondicional gorra de El Salvador, junto al delegado del Cádiz, el hijo de Hugo Vaca, amigo del astro.

José María Aguilera

El Cádiz sacó al mago pero todo fue un espejismo, un truco de ilusionista. Hace falta algo más que desenterrar un mito, que traer desde el otro lado del charco a una leyenda, para enmendar el desaguisado. Sobre todo porque ese genio ya no tiene edad ni fuerzas para calzarse las botas y marcar un gol, aunque sea uno, para que los amarillos dejen de ser el equipo de los abstemios, el del 0,0.

Ya empezaba mal la jornada. El Barça comenzaba cargándose la siesta del gadita. Entre el nerviosismo, la excitación, el miedo, la emoción… demasiados sentimientos para reposarlos sobre la almohada. Imposible conciliar el sueño, así que mejor prolongar la sobremesa y ligarla al partido. Camiseta amarilla y bufanda al cuello. De ahí que el Estadio reventara ya minutos antes del choque, sin los problemas en los tornos de ediciones anteriores.

Todos querían ver al ¿barça? Nada, neng. Al mago. Jorge Alberto González Barillas, con su inconfundible melena rizada, ahora plateada, soplaba la vela del 112 cumpleaños con el saque de honor, no desde el centro sino más pegadito al banquillo. El salvadoreño abría una tarde que ansiaba ser mágica, con ambiente futbolero de otra época, si bien se percibía una cierta dosis de pesimismo por la marcha del equipo amarillo.

Tarde de magia, aunque con truco. Tanta expectación para brindar una primera parte insípida y anodina, con el cuadro azulgrana intentando crear juego a un ritmo soporífero y los locales controlando al adversario simplemente manteniendo la concentración y las líneas juntas. Solo el penalti de Alejo a Balde encogía el corazón a la parroquia local, que asistía atónita ante el inesperado favorcillo arbitral.

La jornada deparaba bostezos insospechados. Los minutos caían con indiferencia, ganados por un Cádiz que sufría lo justo. Todo en la línea del nuevo Speaker, que como le gusta al club pasaba desapercibido (en tres meses ha contado con el mismo número de animadores que de delanteros). Ni la pausa de hidratación servía para despertar a los 19.530 espectadores (entradón) que andaban locos por engancharse al duelo.

Más animada iniciaba el segundo asalto, con un amago de intercambio de golpes que enchufaba a la grada. Pero eso no interesaba a un Cádiz que por algo jugaba todo a la nada. El tanto de Frenkie de Jong terminaba por desenmascarar a la tremenda colonia azulgrana, que por mucho abonado cadista que haya canibalizaba la grada de tribuna.

El gol hacía saltar el guion (o más bien recuperaba el esperado). Aparecían en escena Pedri, Dembele y Lewandowski, entre exclamaciones el polaco.

La magna circunstancia hundía a la hinchada y evidenciaba que, si su equipo no transmite, este Carranza no responde. Devuelve lo que le dan. Y este Cádiz ofrece poquísimo.

El killer polaco, sin romper a sudar, abría una brecha enorme tanto en el marcador como en la grada, con una insultante presencia culé.

Rubén Alcaraz se llevaba la ovación de la tarde , prueba de la desesperación del cadismo y su esperanza de que un algo lo cambie todo.

El encuentro se detenía media hora debido a un percance médico en Fondo Sur. El silencio lo aprovechaban los Brigadas para proferir sus primeros gritos de 'Vizcaíno, dimisión'. La Cruz Roja trataba de reanimar a un espectador con un desfibrilador que le pasaba Ledesma desde el banquillo cadista, con Araujo rezando en el césped y todo el estadio conteniendo el aliento. La fiesta se quebraba de manera brusca y el fútbol, un instante antes vivido con pasión, quedaba ahora en un tercer plano.

Incomprensiblemente, manda el Protocolo por encima del sentido común, el partido (que no espectáculo) se reanudaba con la mente de todos en visicitudes más elevadas y filosóficas. Menos para esos animales que visten de azulgrana y que demasiado pronto entendieron que el hechizo tenía truco.

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