PAN Y CIRCO

BAÑO DE REALISMO

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Soy por lo general una persona pesimista. No me gusta hacerme ilusiones, así evito que luego el palo sea mayor. Pero reconozco que en el descanso del partido ante el Sevilla Atlético olvidé mi condición e hice cuentas para mis adentros. Me ilusioné durante 15 minutos y empecé a mirar para arriba por primera vez en todo el año. Pensaba que esa victoria terminaría de reafirmar una buena racha, aunque el rival que estaba enfrente tampoco era muy duro. Por un momento miré los resultados y estudié con algo más de pausa los enfrentamientos y calendarios de los rivales cabeceros. Me olvidé de que realmente el Cádiz sólo le ha ganado a equipos de la zona baja y que en esos encuentros la solvencia no ha sido la nota destacada. Pero sólo fueron 15 minutos. En ese tiempo sonreí pensando en amarillo y azul y los doy por bien empleados porque ya llevamos todo el curso sufriendo desgracias. Luego, la peor versión de este equipo rácano y timorato me devolvió a la realidad. Esa que me dice que cuidado con la zona baja y que a qué viene mirar al cuarto clasificado, y conste que admiro el optimismo del que lo hace. Este equipo no da para más. Debe ser suficiente para salvar la categoría de un modo cómodo y quizás, siendo optimistas, para poder pelear por entrar en la Copa del Rey, pero no nos engañemos que ahora hay que medirse a Cartagena, Albacete o a aquel Arroyo que escribió uno de los capítulos más vergonzosos de la historia cadista. Podemos hacer castillos en el aire pero el viento se los llevará con facilidad. Y ojo que el domingo toca el UCAM, que como visitante ha ganado al Almería B y al Melilla y empatado en Cartagena. Quizás muchos los vean desahuciados, tienen nueve puntos de desventaja y dependen de tres equipos para salvarse. Con esa lógica, y esto va para los que miran a la fase de ascenso que en el vestuario y en el club aún los hay, al Cádiz le separa ocho del cuarto pero tiene ocho equipos de los que depende y, lo que es peor, no da muestras de poder ganarlo casi todo, aunque la mejoría desde la llegada de Agné es evidente. ¿Difícil? Más bien imposible. ¡Qué añito!