Borau, con un diccionario de la RAE días antes de su ingreso en la Academia en 2008. :: P. CAMPOS / EFE
Sociedad

El cine pierde el magisterio de Borau

El escritor, académico, expresidente de la SGAE y director de 'Furtivos', falleció a los 83 años

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«Desde niño he tenido miedo a complicarme la vida. No he hecho muchas cosas que se hacen para no sufrir, para que no me pasara algo malo, para no depender de otra persona». José Luis Borau contaba que su vida había sido «una vida teórica, un buñuelo de aire». «Me han pasado cosas, como a todo el mundo, pero al mismo tiempo no me ha pasado nada». Nadie lo diría al recordar que ejerció la enseñanza durante 35 años, trabajó en publicidad, tuvo una editorial, presidió la Academia del Cine y la SGAE, ocupó el sillón que dejó vacante Fernando Fernán-Gómez en la Real Acaemia Española y escribió libros de cuentos. Pero sobre todo, dirigió nueve largometrajes paridos con esfuerzo todos y cada uno de ellos, que conforman una aportación lúcida, coherente y decisiva a la historia del cine español.

El autor de 'Furtivos' falleció ayer en Madrid a los 83 años a consecuencia de una larga enfermedad que le había apartado de la vida pública en los últimos tiempos. Muere la misma semana en que Bernardo Sánchez presentaba una biografía titulada con una frase del cineasta, 'La vida no da para más', que al repasar su obra adquiere un matiz irónico y amargo. «No perdono a los imbéciles de productores que me han hecho sufrir tanto», reconocía hace tres años, cuando recordaba la durísima experiencia de su última película. Borau tuvo que producir y distribuir 'Leo' «porque nadie quería hacerlo». La crítica la calificó de obra maestra pero los espectadores no se enteraron.

La angustia de mendigar por bancos, ministerios y televisiones en busca de financiación le llevó a tomar la decisión de no rodar nunca más, so pena de acabar viviendo debajo de un puente. «Mi vida ha sido una lucha: contra los productores, la censura... Hacer cine es un acto de ilusión en el que me dejo la sangre». El amor a las películas fue el motor vital de este zaragozano que nació el 8 de agosto de 1925, el mismo día en que Luis Buñuel estrenaba en París 'El perro andaluz' y Florián Rey en Madrid 'La aldea maldita'. Su primer corto, rodado en 1959, ya anunciaba el compromiso de su cine con los perdedores. 'La despedida' narraba el paseo de un anciano que se escapaba de un hospicio para despedirse del mundo mientras caminaba por las calles de Madrid.

Profesor

Toda su trayectoria se desdobló en los platós y las aulas de centros nacionales y extranjeros. Entre sus alumnos, Pilar Miró, Iván Zulueta y Manuel Gutiérrez Aragón. Su magisterio iba más allá de la realización: impregnaba de humanismo su actitud ante la vida. «Ha sido un maestro apasionado y tenaz del que todos aprendimos mirada y expresión ajustada. Un gran ejemplo del mejor cine español», alababa ayer José Luis Cuerda, que recordaba una de las grandes frases del realizador: «Uno hace el cine como el amor. Como puede». Debutó en 1963 con algo tan poco español como un 'western', 'Brandy'. Ya en los 70, 'Hay que matar a B' y, sobre todo, 'Furtivos', cimentan su prestigio.

Borau se plantó ante la censura y se negó a realizar los 40 cortes que un franquismo agonizante le exigía en este drama que captura la sordidez y mezquindad de una España rural con vencedores y sometidos. La historia del alimañero furtivo (Ovidi Montllor) y de su madre (Lola Gaos) deriva de una imagen resonante para el director, la de Saturno devorando a su hijo en un cuadro de Goya. Su gesto tuvo la doble recompensa de la Concha de Oro en San Sebastián y cuatro millones de espectadores.

No está nada mal para alguien que se consideraba «un espectador de su vida» y que también tuvo otro acto de valentía en unos años en que no todo el mundo plantaba cara a ETA: mostrar sus manos pintadas de blanco en la ceremonia de los Goya de 1998 para condenar el asesinato del concejal sevillano del PP Alberto Jiménez Becerril y de su esposa. «No lo tenía claro y las llevé apretadas hasta el último momento. Luego dije 'qué cojones', y las abrí».

Borau era un artesano del cine en el sentido estricto de la palabra, porque nada en sus largometrajes quedaba al azar, más aún si se tiene en cuenta que él mismo solía firmar los créditos de director, guionista y productor. El pulso narrativo de este este aragonés universal que despreciaba todas las fronteras, excepto la que separa las buenas de las malas películas, provocaba la reflexión del espectador de una manera adulta y compleja. «Odio las películas actuales en las que solo se mueve la cámara», aleccionaba. «Al espectador hay que hablarle sin rodeos ni adornos».