CRÍTICA TAURINA

CASI UN TRIUNFO DE HUERTAS

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Dos novillos de interés dentro de un desigual envío de Torres Gallego, sangre Núñez refrescada con injertos de varia laya de Cuvillo. Un primero que, de menos a más, metió la cara sin humillar propiamente pero en viajes largos por las dos manos; y un tercero de bélica conducta en el caballo: un derribo muy en serio tras previa escupida, dos puyazos arriba bien cobrados por Santiago Morales, el tercer picador de la dinastía de los Chocolate, de Gerena, notable jinetes, valientes piqueros.

Ese tercer novillo vino a romper con temperamental estilo. De embestir con todo: riñones, pecho, cuello y cabeza. Toro llamativamente pronto. De los que llenan la plaza al moverse.

Castaño, bociblanco, lustroso, fino de piel y cabos. Con él se vivieron momentos candentes. Un novillero manchego, Emilio Huertas, de Santa Cruz de Mudela, la del coso cuadrangular barroco y, adosada, su ermita con su virgen milagrosa. Peinado Emilio con raya antigua, como el Gallito de los grandes retratos. Juncal, flexible, cuerpo de torero.

No tanto el gesto. Sí el deseo: ajuste y aguante en los viajes algo torrenciales del toro por la mano izquierda, muleta de dimensión regular pero buen vuelo, el encaje suficiente pero no siempre, buenos brazos sueltos, notable pases de pecho y literalmente rematados en la pechera, una gran tanda ligada con la diestra, otra con la izquierda, confianza creciente, un broche por manoletinas rematadas con el mejor de tantos de pecho buenos y una estocada. Ya estaba: el triunfo. Pero vino a marrar clamorosamente el puntillero: casi treinta intentos. No se había visto cosa igual aquí.

Castigado duramente -una terrible cornada en la torista, y arrocera, Calasparra hace cinco años, cuando apenas arrancaba- el murciano Montiel, de Cieza, se fue a porta gayola para recibir al primero, que salió frío y no hizo ni por él. Un bonito arranque de faena -tres por alto, y, a suerte cargada, tres por bajo de bello compás, y el muletazo de irse, que es más importante de lo que parece- pero un trabajo desigual: abuso de los toques de estaquillador que pervierten el vuelo natural de la muleta, exceso de enganches por fuera. Y, sin embargo, un hermoso final casi calcado de la tauromaquia de José Tomás: la trincherilla ligada con dos naturales y el de pecho en un cruce de torero andado y de asiento. Torero, por tanto, capaz de componer. Un bajonazo.

De muy otra manera los cuatro novillos restantes. No tan castigado, el precioso segundo, negro salpicado, habría podido ser de son, pero se rebrincó y, por tanto, cabeceó. Muy firme el samboyano Jesús Fernández, que pertenece a la generación de toreros catalanes de la emigración. Fernández es un apodo, aunque parezca mentira. Un hermano mayor suyo, notable peón de brega, se hace llamar Vicente Osuna y el Osuna es apodo también. Era el debut de Jesús en Madrid. Y la despedida pues está anunciada su inminente alternativa en Barcelona.