EL MARCADOR

EL ANTIFÚTBOL

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Que quede más que claro que el ser anti algo ya supone faltarle el respeto claro a la libertad, el respeto y la tolerancia, pero en este caso me declaro más que anti del antifútbol. Suena a rimbombante, casi paradójico. Sería más fácil decir que soy un enamorado del fútbol tal y como lo conocíamos cuando con dos palmos del suelo le dábamos patadas a una naranja en la plazoleta de la barriada. Pero no, en este caso la tolerancia me la dejo en el cajón porque en pocos días ha pasado mucho que te hacer a veces avergonzarte un poco de la raza humana y de lo que es capaz de hacer con la maldita excusa del fútbol.

Porque sí, el balompié es un ejercicio físico más que primario que cuando pasa al ámbito emocional se convierte en un arma de doble filo que saca lo mejor y lo peor del hombre, la lagrimita fácil del tiarrón que durante más de una década parecía de piedra, pero que es incapaz de contener la emoción mientras anuncia su retirada, o el odio incontrolado del que no sabe perder y, mucho peor, es inútil a la hora de felicitar al rival, la quintaesencia de este a veces maldito deporte. Muchos se han llevado un año diciendo que Mourinho, y lo que transmite, es el antifútbol. Seguramente se hace en contraposición a lo que quiere representar el Barça y su fútbol, pero este tira y afloja de los últimos meses ha ocultado al auténtico antifútbol. Quede claro que es una reflexión personal, pero lo visto en los últimos días hace que piense que lo de Pep, Mou y Rossel me parece una severa pamplina en comparación con la gresca organizada por unos vándalos en la ciudad deportiva del Betis mientras se organizaba un torneo entre peñistas, ya saben, esos que van con sus mujeres e hijos y juegan al fútbol como previa a una buena convivencia. Por poner un ejemplo, uno más. No me puedo indignar más con Bordalás y Fabri. Su antifútbol dialéctico ha llevado a agresiones, incluso a jugadores, dejando el hermoso sueño de un ascenso en segundo plano, abriendo la puerta a la barbarie.