Sociedad

Tablas con Gadafi

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La verdad es que tiene que resultar raro jugar una partida de ajedrez contra Muamar Gadafi, sobre todo si el dictador libio comparece con su habitual 'disfraz de Gadafi', sin quitarse las gafas oscuras que parecen soldadas a su rostro, y cuando se oyen de fondo los estallidos y disparos de la guerra de verdad, esa en la que los peones sangran, sufren y mueren. Pero su rival del domingo pasado está más que acostumbrado a los encuentros con entidades poco comunes: de los muchos rasgos reseñables de Kirsan Ilyumzhinov, presidente de la Federación Internacional de Ajedrez, el más llamativo es su absoluta convicción de que en 1997 le abdujeron unos extraterrestres que habían aterrizado en la terraza de su apartamento de Moscú. Vestidos con «trajes espaciales amarillos», lo transportaron a «una estrella lejana» a bordo de su nave «semitransparente» y le enseñaron «muchas cosas». Después de aquello, Gadafi debe de resultar incluso normal.

Tan normal, que Ilyumzhinov no parece entender la polvareda que ha levantado su afable cita con él. «Estaría feliz de entrevistarme con cualquiera. No soy un político, fui allí como deportista», ha explicado el responsable máximo de la federación, que agradeció al coronel su colaboración en «el desarrollo del ajedrez en el país». Los dos hombres ya tenían una buena relación de antes, al menos desde 2004, cuando se celebró un campeonato mundial en Trípoli, y en esta ocasión Ilyumzhinov ha encontrado a su amigo «tranquilo y normal». Aunque Gadafi es simplemente «un entusiasta que sabe colocar las piezas y hacer sencillos jaques mate», el visitante le propuso unas ventajosas tablas que él aceptó: «No es educado ganar cuando eres un invitado», ha justificado Ilyumzhinov, que a lo largo de su carrera se ha revelado como todo un experto en plantear ofertas tentadoras.

Lo hizo en 1993, cuando se convirtió, con solo 31 años, en presidente de la república rusa de Kalmukia. Su principal argumento electoral consistió en prometer a los pastores de ovejas, el sector laboral más importante de la región, un teléfono móvil y cien dólares por cabeza. Kalmukia es un lugar extraño: con una extensión un poco inferior a la de Castilla-La Mancha y situada a orillas del Mar Caspio, se trata de la única nación europea con mayoría budista, poblada por descendientes de las hordas de Gengis Kan. En 1943, Stalin ordenó la deportación de todos los kalmukos a Siberia: la tercera parte murió durante el viaje, a bordo de transportes de ganado, y los supervivientes no pudieron regresar a casa hasta 1957. Otra gracia soviética fue incrementar la cabaña ovina de la república en un millón de cabezas, lo que dio lugar a una sobreexplotación que ha contribuido a desertizar buena parte del territorio. Por esas extensiones inabarcables se movía el joven candidato Ilyumzhinov en una limusina Lincoln, mostrando a los lugareños su espejismo de celulares y billetes y asegurándoles que iba a transformar el país en «un nuevo Kuwait».

Ganó y se ha mantenido en el cargo hasta 2010, ayudado por su propia reforma constitucional y por nuevas ocurrencias de embaucador, como aquella de que Diego Armando Maradona iba a jugar en el Uralan local. Pero los números de Kalmukia y Kuwait siguen sin parecerse mucho. Los signos externos de su periodo fueron el culto personalista, con incontables vallas publicitarias que mostraban su foto junto a los personajes más diversos, y la construcción sin freno. A veces, esas dos tendencias iban de la mano: tras una entrevista con Juan Pablo II, inmortalizada en los correspondientes retratos colocados junto a las carreteras, Ilyumzhinov decidió edificar una catedral católica, pese a la evidencia estadística de que la Santa Madre Iglesia contaba con un único fiel en toda la república. También levantó 38 templos budistas -incluida la Pagoda Dorada, que costó decenas de millones de dólares-, 22 iglesias ortodoxas, una sinagoga y una mezquita. «Todo eso no lo construyó Rusia, no fue Moscú, ni los inversores, ni los patrocinadores. Fue construido con mi propio dinero personal y entregado al pueblo», explicó en una entrevista con 'The New Yorker'. El principal atributo de su manera de gobernar fue precisamente ese emborronamiento de los límites entre fondos públicos y fortuna privada, que, según su versión, beneficia a los primeros, por mucho que los opositores vean la cosa justo al revés.

Desde luego, Ilyumzhinov es multimillonario y hace honor a su nombre, Kirsan, que en tibetano significa 'prosperidad'. Incluso ha argumentado alguna vez que los políticos ricos son la mejor «salvaguarda contra la corrupción», aunque también aprovechó su encuentro con 'The New Yorker' para rechazar los exagerados rumores que le atribuyen la propiedad de diez Rolls-Royce: «Nunca he tenido diez -replicó-. Seis sí, pero no diez. Es un buen coche». Sus estudios universitarios, de japonés e historia de Japón, le permitieron colocarse muy pronto en una compañía soviético-nipona, dedicada a la importación y exportación de automóviles, y para 1993 ya había desempeñado tareas directivas en medio centenar de empresas. Muchas de sus iniciativas más sonadas como presidente de Kalmukia llevaban aparejada una bonita cifra: ofreció a los rusos diez millones de dólares por la momia de Lenin, nieto de una mujer kalmuka, y puso otros diez a disposición del alcalde de Nueva York si apostaba por su plan para la Zona Cero, un Centro Mundial del Ajedrez en forma de pieza de rey. Ninguno de estos dos proyectos prosperó.

Amigo de Chuck Norris

Sí lo hizo la Ciudad del Ajedrez, un ambicioso complejo de cien millones de dólares situado a las afueras de la capital kalmuka, Elista. A Ilyumzhinov le obsesiona el ajedrez desde la infancia: su abuelo le enseñó a jugar cuando tenía 4 años, aunque su autobiografía también recoge unas misteriosas partidas nocturnas contra un «fantasma con máscara negra». A los 14 era el campeón de la república -también destacaba, por cierto, en boxeo- y en 1995, ya presidente, se le presentó la ocasión de encabezar la Federación Internacional. «Telefoneé a Yeltsin, le expliqué la situación y me dijo que podía ocupar las dos presidencias, siempre que dejase la de la federación para mi tiempo libre», ha detallado. Su concepto del ajedrez puede parecer un poco esquizofrénico. Por un lado, le atribuye un significado místico, como «representación de la dualidad del mundo», y un origen cósmico, ya que está seguro de que lo trajeron los extraterrestres, junto a otras aportaciones provechosas como el maíz. Pero, por otra parte, sabe que la mejor manera de animar el juego en este prosaico planeta es un buen fajo de billetes: para reunificar el universo del ajedrez, dividido en dos organizaciones enfrentadas, solo tuvo que poner sobre la mesa un premio de un millón de dólares, a repartir entre los dos finalistas del mundial. Lo logró en 2006 y el campeonato se celebró, cómo no, en Kalmukia.

Gadafi no es el único amigo singular que ha hecho Ilyumzhinov en este tiempo. Se lleva muy bien, por ejemplo, con el actor Chuck Norris, pero también trataba a Sadam Hussein, a quien describió en alguna ocasión como «un hombre inteligente y culto». Aunque se declara budista -y le gusta contar que el Dalai Lama ha identificado sus 68 encarnaciones anteriores-, confió durante mucho tiempo en las predicciones de una vidente ciega fallecida en 1996, la búlgara Baba Vanga. Y, luego, están los extraterrestres: «No estoy enfermo, soy psicológicamente normal -se ha defendido-. No lo oculté aunque sabía que la gente se reíría de mí y diría que estoy loco». En realidad, la supuesta abducción tuvo más repercusiones oficiales que la partida con Gadafi: un parlamentario ruso reclamó al Gobierno que investigase el viaje sideral de Ilyumzhinov, por si acaso había revelado a sus colegas alienígenas algún secreto de estado.