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No volverá Robin Hood

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Se nos rompió el estado de bienestar, de tanto usarlo, que podría cantar la chipionera inmortal, si todavía estuviera con nosotros. Pánico al final del túnel, o lo mismo es al principio. No se le vieron las orejas al lobo hasta que sentimos el bocado, vamos pasitos patrás y no sólo en cuestiones económicas, sino ya vemos que también en las jurídicas, y está la cosa como para hacer chistes, aunque a mi amigo Mel le salgan cada vez más redondos.

O sea, que esto es lo que hay y lo mismo no ha hecho más que empezar. Salimos de la recesión tan por los pelos tan por los pelos que parece que es como cuando uno sale a flote, aspira y manotea y luego vuelve a meter sin querer la cabeza bajo el agua. Tiempo ha tardado el baranda máximo en reconocer que la cosa está mal, pero tampoco podemos olvidar que baila con la más fea y que nadie le echa al pobre una mano. O no sé si ustedes tiemblan como tiemblo yo si las medidas de choque y austeridad, tan antipopulares ellas, las hubiera tenido que aplicar el misterioso jefe de la oposición, tan inescrutable él como el maestro del chino de Kung-fu, sabio griego que espera que el mundo gire y se arregle solo, a lo que parece, tuerto de un ojo selectivo que sólo ve (o no ve) lo que le conviene.

Nos congelan las pensiones, nos van a obligar a trabajar más años, y el funcionariado está ya con los cuernos retorcidos. Los sindicatos, tan mansos desde hace tanto tiempo, dicen que se va a enterar el baranda máximo como no de marcha atrás. La patronal, que también se mira el ombligo y deja a mi amigo Ángel de Marsans en la estacada, como a tanta gente que no conozco, dice que de momento les valen las medidas, aunque ya harán falta más. Pero que a ellos, claro, ni los toquen.

El pato siempre lo pagan los mismos. La ideología ha muerto. Domina la cifra. Nadie cree aquello tan hermoso de «Detrás está la gente». Robin Hood vuelve a asomar a las carteleras, pero me temo que no volverá. Hace tiempo que el sheriff de Nottingham le embargó el arco y las flechas para pagarse las vacaciones en uno de esos países donde los derechos de los trabajadores no existen.