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Los sindicatos, en horas bajas

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Las uniones de trabajadores han ido perdiendo fuerza por los cambios sociales, el descrédito de algunos casos de corrupción, la política y también por los vaivenes económicos

Álvaro Mogollo

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El 1 de mayo, Día del Trabajador, es la fecha histórica en la que los sindicatos toman las calles para alzar la voz y expresar las reivindicaciones de la clase obrera. Sin embargo, el grito no es unánime puesto que las manifestaciones no son unitarias. En el caso de Cádiz, de hecho, hay dos, la que convocan CCOO y UGT por un lado y la que impulsan los sindicatos minoritarios por otro.

La sociedad ha cambiado mucho en los últimos 40 años y también lo ha hecho la visión que buena parte de los trabajadores tienen de los sindicatos, cuyo papel sigue siendo esencial a la hora de negociar con la patronal y las empresas los acuerdos que afectan de lleno a los empleados, habiéndose producido un descenso en la afiliación y también a nivel reputacional.

El auge sindical en España toca techo después de la muerte de Franco, con el aperturismo que supuso para la mayoría de la sociedad vivir en una democracia. Bajo la presidencia de Adolfo Suárez, la afiliación llegó al 44,6%, según el histórico de la OCDE.

Uno de cada tres trabajadores españoles estaba afiliado a un sindicato en 1981, tal y como indicaba el Equipo de Investigación Sociológica (EDIS), que publicaba a través de la Fundación Friedrich Ebert que el 36,8% de la población activa española era sindicalista. Estos datos reflejaban con claridad el peso que tenían estas uniones de empleados dentro de los centros de trabajo, algo que ha ido menguando con el paso de los años. Las razones son muchas.

Tras largas décadas en las que los derechos laborales no eran una cuestión de primer orden, con la Transición muchos obreros vieron la oportunidad perfecta de poner pie en pared y pelear por una remuneración más junta y por trabajar en unas mejores condiciones. Eso llevó a una explosión de afiliaciones que nunca más se ha vuelto a experimentar y que decayó poco a poco. Algunos exponían que no veían claro que pagar la cuota les repercutiese en modo alguno más que si no lo hicieran, por lo que dejaron de lado el sindicato.

La situación económica del país influye y mucho en esta cuestión, siendo evidente los repuntes experimentados tras las crisis de 1993 y 2008 y descendiendo paulatinamente cuando la coyuntura financiera va normalizándose porque en muchas ocasiones la mejora de salarios opaca lo demás y satisface al empleado.

Pese a todo, la política también juega un papel importante, ya que a veces absorbe a través de la movilización y la acción el malestar de los trabajadores, de cara a lograr por vía legislativa la implementación de unos derechos que, por fortuna, siguen avanzando. Un claro caso de esto llegó con el 15M y los «indignados», que decidieron más tarde pasar de la proclama a los hechos con la cristalización del proyecto de Podemos, que logró en sus primeras elecciones generales en 2015 más de tres millones de votos y 42 diputados.

También han sufrido los sindicatos un importante desprestigio con informaciones que molestaron notablemente, como la famosa mariscada de la que disfrutaron en 2009 dirigentes de la Unión General de Trabajadores en una cena de Navidad en un restaurante sevillano y que cargaron a cuenta de una ayuda pública de la Junta de Andalucía. En la misma línea, el juicio contra los líderes de UGT en Andalucía por la gestión fraudulenta de fondos entre 2009 y 2013, entre la que se incluye la utilización de 40 millones que estaban destinados para cursos de formación de los parados.

Ese hartazgo también se puede ver reflejado en el auge de otros sindicatos diferentes a los dos grandes, los más tradicionales. Un caso muy ejemplificador es del CSIF, la Central Sindical Independiente y de Funcionarios, que ganó las elecciones sindicales en los astilleros de Puerto Real y San Fernando, territorios que históricamente habían sido de Comisiones Obreras.

El mundo actual es muy distinto hoy día y la conciencia de clase también se ha perdido, algo que juega en contra del colectivismo y la defensa del bien común. La sociedad es mucho más individual y la involucración en la lucha por los derechos va más ligada a la situación personal, en función de si un ciudadano necesita ayuda o no en un entorno laboral. El acceso a la información de forma inmediata, la polarización en las redes sociales o la confianza en que sean las políticas, aunque no tanto los representantes públicos, las que cambien las normativas, también tienen su reflejo en el descendimiento.

Por eso, durante la pandemia, cuando se vieron peligrar todos los cimientos del mundo conocido, especialmente por los jóvenes que ya habían crecido en una sociedad plenamente democrática, los sindicatos aseguran que vivieron una nueva oleada de afiliaciones en unos meses en los que los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) estaban a la orden del día.

Tras la reforma laboral de 2022, el desempleo ha bajado por debajo de las cifras previas al Covid-19, aunque sobre la ocupación haya siempre el eterno debate sobre los fijos discontinuos. Eso, aseguran desde los principales sindicatos como UGT o CCOO, ocasiona que el número de afiliados esté al alza, rondando los tres millones de afiliados, algo que choca con la desmovilización que históricamente han generado las etapas en las que el empleo ha crecido.

Los datos que ofreció el año pasado la OCDE, en los que reflejaban que sólo el 14% de la población activa en España estaba afiliada a un sindicato, muestran en cualquier caso que estos guarismos están lejos de lograr el alcance que las organizaciones tuvieron en el pasado y sobre todo que están a años luz del alcance que tienen los sindicatos en países del norte como Suecia o Noruega, que se mueven en torno al 65% y 50% respectivamente, o Italia, alrededor del 30%. Caso aparte es el de Islandia, por encima del 80% según indica la Confederación del Trabajo del país nórdico.

Los sindicatos en la industria gaditana

En Cádiz, provincia golpeada casi de forma endémica por el paro, donde más ha permeado el sindicalismo ha sido en las grandes industrias, como son las del metal, la naval y la aeronáutica, cuya presión ejercida ha logrado la mejora de las condiciones de una mano de obra bien valorada e imprescindible para el empleo en la región.

Para Juan Linares, secretario provincial de industria de Comisiones Obreras, el mayor o menor número de afiliaciones es una cuestión de concienciación: «Los sindicatos siempre estamos ahí, en la vanguardia de arreglar todos los problemas laborales. Pero es cierto que tiene que salir de la clase trabajadora, que es de la que se componen los sindicatos»

«La última reforma laboral ha mejorado bastante las condiciones y la negociación colectiva y creo que hay elementos suficientes para seguir reivindicando», dice sobre el papel que juegan las uniones en territorio gaditano, indicando que no se negocian sólo mejoras económicas sino cuestiones como la conciliación.

En la provincia «hay sectores muy desfavorecidos», como la hostelería o el campo, en los que operan empresas de un corte más reducido y que no cuentan con grandes despliegues sindicales, habiendo mucho camino aún por recorrer, expone.

Miguel Paramio, de la Unión Sindical Obrera (USO), explica que su sindicato se moviliza de forma alternativa a la manifestación convocada por CCOO y UGT por no estar de acuerdo en que la ley «beneficie siempre a los grandes y no nos dejan entrar en ningún lado».

«Con otros sindicatos más reivindicativos les costaría más llegar a acuerdos», dice sobre las negociaciones que la administración lleva a cabo con las uniones de trabajadores mayoritarias. «El objetivo es el mismo, pero a la hora de negociar, ya sea por las subvenciones o las estructuras que tienen, pues tienen que acceder a cuestiones que le plantean las administraciones y las multinacionales».

Paramio, que especifica que USO se nutre únicamente de las cuotas de sus afiliados, admite que ha habido un notable descenso de afiliados en los últimos años. El cambio de paradigma laboral, entre otras cosas, puede tener también su importancia, con el aumento de trabajos en los que el contacto es menor que antaño: «El teletrabajo, al no tener contacto directo con las instalaciones ni con la empresa, se va distanciando de esa necesidad de representación».

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